YA NO AGUANTO MÁS, ESTOY HASTA LOS COJONES DE TODOS NOSOTROS
Estanislao Figueras, presidente de la I República, antes de dimitir el 10 de junio de 1873 les dijo a sus ministros en el Consejo que: "Señores, ya no aguanto más, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros". Cuatro meses antes, el 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya, artista antes conocido como "Amadeo I", abdicaba el trono no sin antes enviar una carta a Las Cortes españolas en la que, entre otras lindezas, dejaba escrito que: "Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces (...) sería el primero en combatirlos (...) pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien (...) entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos (...) es imposible (...) hallar el remedio para tamaños males". Y eso que el turinés no sabía que su elección fue a la desesperada porque el resto de posibles ocupantes del trono español se habían negado cortesmente a llenar el hueco que había dejado Isabel II, que era grande. Ambos se dieron cuenta, cada uno a su manera y en sus circunstancias, de que habían sobrepasado el límite de su paciencia y que la única alternativa razonable era, debía serlo, poner cuanta tierra de por medio fuese posible. Otras personas, en cambio, bien porque tienen el límite de la paciencia más lejano o bien porque, como en mi caso, son gilipollas, no cejan en el empeño hasta que es el empeño el que ceja en ellos. Esa es la cruz que arrastramos, cada uno a su penosa manera, hasta que la campana dobla por nosotros a la hora señalada y viene a buscarnos La Parca.
Toda mi vida, desde que allá por los felices y despreocupados años 90 del siglo pasado me afiliara por primera vez al PSOE, he estado dando tumbos entre diferentes partidos políticos de izquierdas, unos más que otros. Ninguno de ellos, ni siquiera en el que estoy desde hace algunos años ya y que considero fin de trayecto, ha satisfecho en un porcentaje aceptable mis expectativas. Soy socialdemócrata y lo seré siempre, independientemente de las siglas en las que milite o a las que vote - que no siempre han coincidido - porque, y este es un debate que algún día deberemos tener, la ideología ha de preceder a la afiliación política y no al revés como pasa en muchos casos. Por eso hace años que me preocupa mucho la decadencia, por no decir abiertamente hundimiento, en Europa de los partidos que se definían y se definen como socialdemócratas. Lo peor de todo no es el fenómeno en sí, que también, sino la indiferencia con que lo han recibido sus principales damnificados, que son como la orquesta del Titanic. Los votantes de los partidos socialdemócratas, que igual no eran ni son socialdemócratas pero eso como digo es otro debate, se han refugiado en el populismo, el de derechas y el de izquierdas. porque ha alumbrado partidos a uno y otro extremo del continuum ideológico. El problema del populismo es que es una estafa, no es que desvele el cuarto secreto de Fátima porque no es un fenómeno nuevo, ni siquiera reciente, pero la idiotez es un endemismo en la especie humana. No estoy diciendo que el fracaso de los partidos socialdemócratas sea el no haberle regalado los oídos a su electorado, vendiéndole Mobilettes averiadas a precio de Harley Davidson o jumentos viejos a precio de purasangre, que sois muy malpensaos. Yo creo que la caída en desgracia de las formaciones socialdemócratas europeas se debe, fundamentalmente, al alejamiento progresivo que han experimentado sus propuestas políticas respecto a las manifestadas, sentidas y necesitadas por la denominada "clase obrera". Este divorcio de los partidos socialdemócratas con la clase obrera, y conviene adoptar la definición laxa del concepto, se manifiesta en la preponderancia que en la acción de gobierno han tenido las iniciativas relacionadas con la defensa de intereses concretos de grupos sociales determinados o la tendencia generalizada a abrazar causas utópicas, a sabiendas de que son irrealizables, para atraer a lo que yo denomino "la progresía", es decir, izquierdistas de salón de té que nunca en su vida han "doblado el lomo". Por el camino se han quedado las ideas clásicas que la socialdemocracia europea había puesto encima de la mesa para "domesticar" al capitalismo de mercado libre, dotando al Estado de las herramientas necesarias para redistribuir la riqueza y combatir las desigualdades sociales que causa su normal funcionamiento. Paradójicamente, es de ese ámbito del que la socialdemocracia obtiene su fuerza, su razón de ser y la imprescindible conexión con la clase obrera, cuyos intereses se supone que representa en las democracias occidentales. Ahí, en ese espacio político al que han renunciado los partidos socialdemócratas, medra el populismo, tanto el de extrema derecha como el de extrema izquierda, tanto en España como en el resto del continente.
Como he dicho muchas veces, el problema no es que existan vendedores de crecepelos, que siempre los habrá, sino que haya "primos" dispuestos a comprar su mercancía. Entonces, lo peor de lo que está ocurriendo no es que el populismo, en nuestro caso el de extrema izquierda (el de extrema derecha, con todos los respetos, no me importa ni un pepino), venda sus mejunjes fraudulentos con mayor o menor éxito - ya verán al final los "primos" que no les crece el pelo y les devolverán el saludo -, sino que entre los compradores de crecepelos estén los propios partidos socialdemócratas. Combatir al adversario político comprando su discurso, copiando sus ideas, es un suicidio, una estupidez de marca mayor. Y no veo ninguna reflexión al respecto, ni la más mínima duda, es más, se tilda de derechista a quien se atreve a plantear cualquier discrepancia. Parafraseando a don Estanislao, que tenía más razón que un santo, ya estoy hasta los cojones de todos nosotros y no puedo más.
Como he dicho muchas veces, el problema no es que existan vendedores de crecepelos, que siempre los habrá, sino que haya "primos" dispuestos a comprar su mercancía. Entonces, lo peor de lo que está ocurriendo no es que el populismo, en nuestro caso el de extrema izquierda (el de extrema derecha, con todos los respetos, no me importa ni un pepino), venda sus mejunjes fraudulentos con mayor o menor éxito - ya verán al final los "primos" que no les crece el pelo y les devolverán el saludo -, sino que entre los compradores de crecepelos estén los propios partidos socialdemócratas. Combatir al adversario político comprando su discurso, copiando sus ideas, es un suicidio, una estupidez de marca mayor. Y no veo ninguna reflexión al respecto, ni la más mínima duda, es más, se tilda de derechista a quien se atreve a plantear cualquier discrepancia. Parafraseando a don Estanislao, que tenía más razón que un santo, ya estoy hasta los cojones de todos nosotros y no puedo más.

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