TODO VUELVE
El mecanismo psicológico que explica esta tendencia
generalizada a echar la culpa a otros se llama “atribución externa” y es normal
usarlo salvo cuando raya lo patológico, como es el caso. La cuestión es que si
la culpa es siempre de los otros, significa que nosotros lo hacemos todo bien y
en este contexto resulta muy difícil avanzar porque si no se identifican y
reconocen los errores propios es imposible arreglar las cosas. La izquierda
tiene su parte de culpa, sobre todo la que está ejerciendo el Gobierno, al
dejar desamparados no solo a los jóvenes sino a toda la sociedad porque han
incumplido muchas de las promesas medulares de su programa electoral. Sí, ya sé
toda la panoplia de excusas que viene a continuación: atribución externa. La
vivienda, los salarios, el mercado laboral, los servicios públicos (sanidad,
educación, servicios sociales, pensiones…) han sufrido mucho con la izquierda
en el poder y eso es inasumible. Los pilares de la izquierda se construyen sobre
el Estado del Bienestar y estamos avanzando hacia un modelo en el que cada vez
hay menos Estado y menos Bienestar. Esto sería comprensible si gobernara la
derecha, pero completamente inaceptable cuando gobierna la izquierda o algo que
se le asemeja, al menos en los colores. Si a eso sumamos la corrupción política
y los innumerables casos de violencia machista que salpican a los principales
partidos, tenemos el cóctel perfecto para el crecimiento opciones populistas.
La política se ha convertido en un lodazal donde hozan guarros y los partidos
se han transformado en S.L. cuyo principal cometido es colocar a los suyos. La
coyuntura es favorable a que la población vea con buenos ojos una propuesta,
por supuesto demagógica hasta las trancas, que les prometa una regeneración
instantánea y profunda del sistema, eliminando una supuesta casta extractiva,
mangante y corrupta que se lo está llevando crudo a costa de la ciudadanía. Lo que en realidad pretenden es sustituirla y no eliminarla, pero ese objetivo no consta en el programa electoral y podría estar ahí, negro sobre blanco, porque nadie lee los programas electorales; se vota "sobre plano" o "encefalograma plano", lo que ocurra primero.
La siguiente pregunta es: ¿Qué hacer? Sinceramente, no lo sé. Lo que sí sé es que la democracia liberal occidental no está en peligro, está en trance de muerte. Ignoro qué sistema político la sustituirá, pero me da la impresión de que no va a ser precisamente bonito ni amable con nosotros, la clase obrera. Váyanse olvidando del pensamiento teleológico que postula una evolución constante a mejor de las sociedades postindustriales, es una tesis más falsa que la rama de una higuera. Esto va a ir a peor, a mucho peor, y sería conveniente que fueran aprovisionando la despensa con alimentos no perecederos y agua potable, por lo que pudiera pasar ¡Ah! No se olviden de la linterna y unas pilas de recambio, que luego todo serán lloros. No digan que nadie les avisó.
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