LA DEMOCRACIA EN CRISIS
En 1977, cuando en España agonizaba el franquismo, apurando sus últimas bocanadas de oxígeno, todos los partidos políticos, incluido el PCE, acordaron transitar pacíficamente hacia un nuevo modelo de Estado, la monarquía parlamentaria (el rey reina pero no gobierna). De ese pacto es hija la constitución española de 1978, que sigue vigente y en la que se define España como un Estado social y democrático de derecho en el que todos sus poderes emanan del pueblo (el concepto de pueblo es ambiguo, brumoso, poroso e inconcreto por definición, por lo que nunca ha quedado claro cuál es su composición ni si se reduce a la ciudadanía o al censo electoral) cuya soberanía está representada en un Parlamento bicameral y basada en la pluralidad de partidos políticos. Los partidos políticos, al menos en teoría, representan en el Parlamento los intereses de determinados grupos o sectores sociales o por lo menos aquellos que les son privativos o específicos. Hay algunos partidos políticos, que existen porque ese pacto fue posible, que paradójicamente reniegan de él y lo demonizan, cosas que ocurren en este país de pandereta. Ya en ese lejano 1977, las elecciones de junio dejaron un escenario partidista e ideológico en el que la hegemonía se la disputaban las formaciones de centro-izquierda (PSOE) y centro-derecha (entonces UCD), dejando poco espacio a las opciones cuanto más radicales fuesen. Durante unos 30 años este sistema ha funcionado perfectamente y ha proporcionado a España, con sus luces y sombras, una democracia homologable al resto de las democracias occidentales, que no es un logro menor. Todo esto puede haberse ido al garete y haber saltado por los aires en apenas un lustro como resultado de una serie de factores que atañen tanto a los partidos políticos como a sus cargos tanto orgánicos como institucionales y también a la ciudadanía.
El principal factor, en mi humilde opinión el determinante, es la pérdida de confianza de la ciudadanía en los partidos políticos, que ha ido incrementándose exponencialmente a medida que estos iban pasando por el Gobierno. La manifestación más evidente de este factor es la aparición de dos nuevos partidos que han venido a disputar la hegemonía de PSOE y PP: Podemos y Ciudadanos, respectivamente. Para ser precisos, los nuevos partidos no han resultado ser sustitutivos perfectos, pese a que en un primer momento sí lo parecían, porque Podemos se ha ido a la izquierda del PSOE y Ciudadanos a la derecha del PP. Sea como fuere, estos partidos políticos han concitado un significativo respaldo ciudadano, lo que evidencia la desafección del electorado respecto a los otros. Otro factor, que sin ser determinante sí es muy importante, es educativo y tiene que ver con la capacidad de la ciudadanía de comprender los distintos espacios ideológicos y políticos en los que se mueven las diferentes fuerzas políticas. En general, sin pretender ser exhaustivo, de menor a mayor número de integrantes, hay tres grandes tipos de ciudadanos: uno, quienes se interesan, se informan y se forman en y por la política; dos, quienes no se informan ni se forman pero tienen el interés suficiente como para afiliarse o simpatizar con un partido, en este caso tiene a veces poco que ver la ideología; y el tercero, el más numeroso de estos grupos, está formado por una gran parte de la ciudadanía a la que se la trae al pairo todo esto de la política. A medida que el tercer grupo ha ido engrosando sus filas, la crisis de la democracia española ha ido agravándose. Es cierto que en determinado momento, que ya ha pasado a la Historia, los dos nuevos partidos mayoritarios utilizaron estrategias novedosas para atraer a parte de ese tercer grupo de desafectos como, por ejemplo: la idea de sustituir el eje explicativo de la realidad política “izquierda-derecha” por otro de reciente creación, “el de abajo-arriba” en el caso de Podemos o el de “nacionalista-constitucionalista” en el caso de Ciudadanos. No obstante, esto fue una moda pasajera y es una lástima porque en mi humilde opinión estos planteamientos eran los que dotaban de sentido el concepto “nueva política”. En este momento, Podemos y Ciudadanos son partidos ya más viejos que los antiguos, razón por la que también están sufriendo la desafección del electorado, esta vez aderezado con cierta dosis de resignación y frustración. Fracasadas estas vías y regresado al eje izquierda-derecha, la democracia española sigue cavando en el fondo del pozo mientras busca una salida al atasco. Sería ocioso y sobre todo pretencioso abarcar en este humilde artículo todos los factores que faltan: indefinición ideológica, corrupción política, quiebra del sistema de separación de poderes, falta de credibilidad de la justicia, etcétera. Basta saber que están ahí y que son importantes para entender este problema.
La crisis de la democracia española, o mejor dicho del actual periodo democrático en España, está adquiriendo tintes dramáticos y, lo que es peor, no se atisba brizna de luz al final del túnel. Al parecer, Winston Churchill dijo que: “De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”, pero eso era así a mediados del siglo pasado y no sé si sirve para la situación actual. Es más, probablemente, sir Winston Churchill hoy no se expresaría en los mismos términos. Para agravar el cuadro médico, la democracia liberal, inextricablemente ligada al capitalismo, no tiene, al menos a la vista, sistema de recambio que resulte viable, entendiendo como viable: “aceptado por la ciudadanía”. Porque sistemas alternativos los hay, lo que pasa es que a ustedes no les gustan.

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