PATRIA, PUEBLO, NACIÓN Y BANDERA.

Estoy cansado de repetirlo pero lo volveré a decir: "no hay nada más peligroso sobre la faz de la Tierra que un idiota con un megáfono". Todas las desgracias que ha sufrido la humanidad, además de las que ha causado por su mera existencia, han tenido origen en un idiota con un megáfono, incluso cuando pese a existir multitud de idiotas aún no se había inventado el megáfono; tal es la ponzoña del homo idiotus. Esta especie, que es el resultado de la evolución - o del diseño inteligente que defienden quienes creen que la Tierra es plana - lógica de la nuestra, el homo sapiens, reina en el planeta y va camino de extinguirnos de la misma manera y por los mismos procedimientos gracias a los cuales nos cargamos a los neandertales y las otras especies humanas, es decir, dándole un megáfono a un idiota. Es más, en estos tiempos aciagos de profunda decadencia cultural y moral que nos toca vivir, nos hemos dedicado con suicida alegría a proporcionarle un megáfono a todo idiota conocido; ningún idiota carece hoy de tan dañino instrumento. Así las cosas, los idiotas convenientemente enmegafonados, que ya son legión, al parecer no han encontrado manera mejor para democratizar la idiocia que endiñarnos un discurso basado en los brumosos conceptos de patria, pueblo, nación y bandera. Entonces, salvo prueba en contrario, cuando lean o escuchen a alguien usar estos, tomen precauciones porque no deben albergar ninguna duda de estar ante un idiota con megáfono de manual. 

La política hispánica, hermosos, está preñada de idiotas con megáfono, tantos hay y tanto medran que ya resulta cuando menos dificultoso encontrar alguien que no lo sea en las cúpulas dirigentes de los principales partidos políticos. Parece ser, es una hipótesis no falsada, que a medida que descendemos desde la cima cupular la densidad del homo idiotus decrece exponencialmente. De la misma manera y en las mismas condiciones, todo parece apuntar a que este fenómeno se da también a medida que nos alejamos del centro, de la Villa y Corte. Vale, de acuerdo, esta última premisa es dudosa pero convendreis conmigo en que toda norma tiene excepciones; no me seáis puretas.  Total, que en el aire viciado de la metrópoli imperial, bajo la boina, la de contaminación y la enroscada, la de la modernidad postindustrial y la del paletismo cateto - paisaje y paisanaje, que decía Ortega -, brotan los idiotas con megáfono como setas en otoño. Es el modernismo elevado a movimiento contracultural, como "la coentor" valenciana. Debe de ser, digo yo, que las polvorientas planicies castellanas son su hábitat natural o que aun siendo foráneos se han desplazado allí porque algo los atrae, si no de qué.  Lo que resulta sorprendente, al menos para mí, que a diferencia del presidente del PP sí pisé las aulas de la Universidad, es que la magna institución sea madre y cobijo del homo idiotus, o de muchos especimenes de la especie, algunos de notorio relumbrón. Alguno ha llegado a catedrático (se ve que no era suficiente castigo con que fueran profesores titulares, hacia falta que tuvieran mando en plaza), lo que da la medida exacta de las dimensiones ciclópeas de la tragedia. Y lo peor de todo, lo que me hace albergar pocas esperanzas de que nuestra amenazada especie sobreviva a la extinción que se cierne sobre ella, no es tanto la plaga de idiotas con megáfono, que también, sino las hordas de épsilons descerebrados que les ríen las gracias y les jalean entusiasmados, a ver si les echan un poco de soma con la remota esperanza del apesebramiento. 

Cuentan los cronistas taurinos que a finales de la segunda década de la pasada centuria un torero llamado Joaquin Rodríguez Ortega, de nombre artístico "Cagancho", no tuvo más ocurrencia que durante una corrida de toros en Almagro, Ciudad Real, intentar matar un morlaco pinchándolo como un alfilerico y tras la barrera. Como ni aún así lo consiguió y tras el tercer aviso el toro hubiera vuelto a corrales, el tipo siguió dándole martirio hasta que lo asesinó y se armó tal revuelo que Cagancho temió por su vida, debiendo el diestro requerir el auxilio de la Guardia Civil. La cosa se fue complicando tanto que un destacamento de caballería que pasaba por allí tuvo que liberarlos de la furia homicida del respetable. De ahí la expresión: "quedar como Cagancho en Almagro", que viene al pelo para describir nuestro lamentable papel en esta historia del auge del homo idiotus ¡Ea! Se ha quedado buena tarde. 

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