EL PROBLEMA NO ES LA EXTREMA DERECHA

Desde que la izquierda cosechara su enésima derrota en el arduo camino hacia la victoria final, se ha instalado en el seno de la sociedad, tal vez como consecuencia de la presión mediática del cuarto poder, el miedo a la extrema derecha. Es cierto, no seré yo quien discrepe de la opinión general, que hay que tenerle miedo a la extrema derecha, y mucho, porque ya han dado muestras a lo largo de la Historia de sus capacidades, pero no creo que sea ese el problema político en España. El problema que más acucia no es, ni de lejos, la aparición de movimientos mayoritarios por los extremos ideológicos, que nos tenían acostumbrados a ser minoritarios porque a nadie con dos dedos de frente le daba por esas chaladuras, sino que estos son solo el síntoma de una enfermedad que corroe los cimientos de nuestra joven democracia desde dentro: la falta de comprensión y de respeto. Hoy en día, los extremos ideológicos están en el centro, y no es solo una paradoja, un dilema o un sindiós, sino la constatación de una realidad política que empieza a ser preocupante en tanto que inmoviliza el pensamiento y ya dijo Goya que esto genera mostrencos, o monstruos, lo que sea, todo malo. No sé si se han dado cuenta pero en nuestra contemporaneidad quien discrepa es un fascista o un cuñado - que no sé yo la diferencia -, más peor cuanto más argumentada sea la discrepancia porque el fascismo tiene eso, que es una herejía. La realidad, que es tozuda como un maño escardando cebollinos - soy catalano-aragonés por ese orden -, se está desgañitando a gritarnos, sin que nadie le haga puto caso, que esta insensata tendencia a desasnar el fascismo no traerá nada bueno. Vale que en general no tenéis ni pajolera idea de lo que es fascismo, de acuerdo, tampoco os pido una tesis doctoral, pero una mínima idea no vendría mal que tuvierais, más que nada para que la banalización del fascio no nos dé otro disgusto como el que nos llevamos a mediados de la pasada centuria, ustedes ya saben.

La verdad no existe porque es como el culo, cada uno tiene la suya, pero la verdad absoluta es lo siguiente, que dicen los jóvenes. Tanto la una como la otra tienen dos desventajas, a saber: una, que ambas, por definición, son indiscutibles, es decir, no admiten opinión en contrario, como los dogmas, como la divinidad de Jesucristo o la hidalguía de don Quijote; y dos, que en ambos casos quienes han recibido la revelación no tienen más remedio que divulgarla a fin de que el resto de los mortales, que somos idiotas por naturaleza, idiotas ontológicos, nos enteremos de qué va la película y podamos salvarnos de la quema en el fin de los tiempos y tal, Pascual. Este tipo de posturas correspondían, hasta ayer como aquél que dice, a los inefables representantes de los extremos ideológicos, tanto por babor como por estribor, pero ahora, por arte de birli-birloque, se han instalado cómodamente en lo que los gañanes indocumentados llamamos "el centro", "la moderación", "lo guay", "lo molón", "lo cool", según la edad de cada quién. Y esto es lo verdaderamente preocupante porque a raíz de este mantra, un servidor de ustedes, socialdemócrata por la Gracia de Dios, acaba siendo un fascista de tomo y lomo en según qué contextos o discusiones. Vean, si no me creen, lo que le ha pasado a Joan Manuel Serrat en uno de sus conciertos, cuando un energúmeno le interrumpe para gritarle que cante en catalán porque están en Barcelona, a Serrat, que se jugó algo más que su carrera musical durante el franquismo por el injustificable capricho de querer cantar en su lengua materna y que fue expulsado de Eurovisión por Franco por pretender cantar en catalán en el festival. Al final, esto en España es inevitable porque nos gusta más discutir que a un tonto un lápiz, todo el mundo es fascista, independientemente de su ideología, porque todo el mundo en alguna u otra ocasión ha tenido la desgracia de discrepar. Y lo peor viene cuando resulta que tu cuñado confiesa que vota o va a votar a Vox, porque en ese caso confluyen las dos características fundamentales que configuran la tormenta perfecta: el cuñadismo y la extrema derecha. En vez de pararse a pensar las razones por las que nuestro cuñado va a votar a Vox, que sería lo difícil porque requiere ponerse a pensar y esto es una costumbre extranjera, el súbdito de la monarquía hispánica por lo común tiende a zanjar la cuestión atascándole la etiqueta de facha al familiar, y aquí paz y allá gloria, punto pelota. Y viceversa, porque tan cuñado es quien vota a la extrema derecha como quien vota otra cosa, en consecuencia también somos fachas cuando le vamos al cuñado de Vox con nuestros apriorismos, nuestros dogmas, nuestras verdades absolutas. La cuestión es que acabamos siendo igual de fachas, para desgracia de nuestra democracia y jolgorio del populismo, que vive sus horas más gloriosas a costa de la gañanería endémica.

Acabaremos con el fascismo, y ya de paso también con el cuñadismo, en el preciso instante en que nos sentemos a debatir ideas, que son todas discutibles porque no son verdad, y respetemos a las personas. Todas las personas no son respetables y todas las ideas son discutibles, es cierto, pero si empezamos por entender que la mayoría de las personas son respetables y no hay idea que no pueda discutirse, ya tendremos al fascismo arrinconado. Y si ya, llegamos al convencimiento de que la democracia liberal es el menos malo de los sistemas políticos inventados, porque todos los sistemas políticos son inventados, no son naturales ni pre-existentes, habremos cavado la tumba del fascismo, lo habremos tirado dentro y le habremos echado tierra encima para que no vuelva a salir del agujero. El problema no es la extrema derecha, el problema es el extremo centro, el problema somos nosotros, usted y yo también, y además somos la solución.

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