LA IZQUIERDA, EL TORTASSO, LAS TRADICIONES Y EL ABISMO.

El tortasso que se ha dado la izquierda en las elecciones autonómicas andaluzas la ha puesto a cavilar y en este momento está en modo "reflexión". En este sentido, conviene recordar que tradicionalmente nada de enjundia ha salido de estas reflexiones, fundamentalmente porque nada se ha reflexionado. Se ha tratado siempre, en todos los casos, de recluirse en el cubil, lamerse las heridas y sobre todo de echarle la culpa a los otros de los errores propios. Encima, como no se ha reflexionado y se desconocen cuáles son esos errores, la atribución externa es deficiente, llegándose al absurdo de darle de comer al adversario por responsabilizarlo de los aciertos y exculparlo de los errores. Y, para rematar, han entrado en juego nuevos actores tanto por el extremo izquierdo como por el derecho, que lejos de aportar diversidad lo que han conseguido es sincretizarse con el entorno (perdónenme) y ahora son más antiguos que los viejos. En el lado izquierdo del tablero, que es lo que me interesa, las direcciones del PSOE y Podemos están siguiendo las tradiciones al pie de la letra, enredadas siempre en desmadejar sus contradicciones que nunca han sido capaces de gestionar ni de perdonarse. Las tradiciones son un lastre, sobre todo para quien enarbola la bandera del cambio como un absoluto, sin matices ni mandangas, pero al mismo tiempo son el único clavo ardiendo al que poder agarrarse mientras se cae al abismo. Es reconfortante saber que pase lo que pase siempre nos quedarán las tradiciones como último firme asidero al que agarrarse antes de precipitarse al vacío pero también es triste no tener nada más a lo que asirse.

Les seré franco, aunque decirlo me cueste una úlcera porque entraña mucho dolor escribirlo, la izquierda no tiene remedio, nunca lo ha tenido ni quiere tenerlo, porque con la vista fija en el ombligo no se ve más allá del dedo gordo de los pies. Por eso, y porque en la izquierda ya no vivimos de ideas sino de eslóganes publicitarios, vamos por la vida como un puto anuncio de toallitas higiénicas, diciéndole a la gente que somos marxistas, de Groucho, por lo que les ofrecemos a cada uno, según su necesidad, un acervo ideológico customizado; y si no les gusta, tenemos más. De esta manera hemos llegado al fango desde la más absoluta de las miserias y encima lo consideramos un gran logro digno de aparecer en la enciclopedia, perdón, en la wikipedia, que somos cool, milenial y no sé cuántas estupideces más. Como todo esto nos parece "el no va más" de la política, "a tope de power", luego nos rasgamos las vestiduras cuando en las elecciones vemos que el populacho infecto, perdón, el pueblo, va y no nos vota sino que lo hace a Vox, que aún no es fascista pero que apunta maneras. Y otra vez el eslógan publicitario: "el cliente siempre tiene razón" (sustituyan "cliente" por "votante" y ya lo tienen), que va de puta madre para una tienda de ultramarinos pero no sirve de nada bueno en política. Este mantra falso y tramposo, que algunos mega-chachi-guay-piruli-de-la-muerte van vendiendo por ahí como crecepelos milagroso un feriante, que contrapone una sociedad o "pueblo" (esto sin ahondar en el significado porque ya vale con el significante no sea que se destape el pastel) de por sí honrado e íntegro a una clase política ontológicamente corrupta y ajena al "pueblo" (por cierto, siempre se usa el concepto "pueblo" en sentido excluyente, fíjense) lo que está haciendo, posiblemente sin pretenderlo, es abrirle la puerta de par en par al fascismo. Y luego montamos una manifestación para quejarnos de que la gente, el electorado, el populacho, la masa, en definitiva ese "pueblo" inmaculado, va y vota  a un partido facha. Esto es así porque ignoramos, no sé si conscientemente - lo que sería en cierta medida criminal -, que "la tumba del fascismo" no es la pancarta sino las urnas, unas urnas a las que no acude la alegre muchachada procesionante porque está más interesada en el botellón, el reguetón y otros "tón" igualmente descacharrantes. Pues, oigan, los votantes también son responsables de sus actos y deben asumir la parte que les corresponde en este reverdecer laureles de la escoria fascista, los unos por coger la papeleta y meterla en la urna, y los otros por hacer dejación de funciones y facilitarle la tarea al facherío irredento. Es lo que hay. Alguien tenía que decirlo, en "román paladino", el populus que romanorum es tan corrupto como los senadores porque todos somos hijos de Roma, de la misma Roma, con sus vicios y sus virtudes. Sé que resulta tentador creerse bendecido por la santidad e iluminado por la intensa luz de la verdad revelada por Dios, pero es un espejismo, somos todos el mismo desecho de tienta, la misma morralla, no se crean mejor ni peor que nadie.

Habría que arremangarse como para ir a regar boniatos para enterrar el puñal espaldero en la tierra y no en el omóplato del camarada y tal vez, que conste que digo tal vez, el electorado de izquierdas deje de poner remilgos a la cita con las urnas si en vez de pelarnos entre nosotros les explicamos un programa político con políticas, a ser posible de izquierdas. Pero esto es ciencia ficción, utopía, el horizonte esquivo que siempre huye más rápido de lo que somos capaces de correr hacia él. Las tradiciones lo son porque siempre se cumplen, se realizan y se respetan, aunque resulte casi un oxímoron en el lado izquierdo del contínuo ideológico. Así las cosas, mucho me temo que no hay remedio, y lo único que nos va a salvar de la quema es el techo electoral de la ultraderecha, en el que se aplastará su narizota el fascismo recalcitrante, de la misma manera que siempre lo ha hecho en España, que esto también es una tradición y hay que respetarla como a una madre ¡Viva el vino! 

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