VAMOS A VOTAR, POR LA CUENTA QUE NOS TRAE
La demoscopia es como la cartomancia, una ciencia exacta, y sus predicciones son palabra de Dios, pero yo soy ateo y no me creo nada, ni de la Biblia ni del CIS, y mucho menos la de las empresas demoscópicas privadas o de Sandro Rey, que viene a ser lo mismo. No obstante, las tendencias que subyacen a las especulaciones pagadas por la primera parte contratante indican que los números no cuadran, que no salen las cuentas, y que la encuesta final, la de las urnas, va a ser pavorosa. El tortasso que se van a meter las izquierdas, tanto la realista como la fantástica, va a provocar un seísmo que notarán los habitantes de Nueva Zelanda. A continuación, el golpe nos va a llegar a quienes militamos en ese etéreo e inaprehensible grupo humano: la clase obrera, cuyas magras filas ya no pueden apretarse porque no abarcamos para que simultáneamente se nos vea. De ahí que, entre deserciones y ascensos sociales, nos han dejado bajo mínimos en beneficio de las denominadas, así en plural, clases medias. Claro que las clases medias, la alta, la media y la baja, no pueden tampoco dar palmas con las orejas, que el hostión les va a caer igual y con la misma intensidad. La ciudadanía, que en su versión "electorado" siempre ha apuntado maneras, está dando muchas pistas de qué papeleta van a introducir en la urna correspondiente cuando tengan ocasión y, créanme, lo que está diciendo que va a hacer no es bueno. No es bueno porque, de nuevo, que no aprendemos de los errores que nunca cometimos, vamos a darle de comer al troll, en este caso al de la extrema derecha, una ultraderecha nueva, homologable con la que amenaza con arrasar toda Europa, pero que supone el mismo peligro que la vieja. Y, ustedes ahí, tan tranquilos, viéndolas llegar.
Hay que tener en cuenta que, como es tradicional en España, los votantes de la derecha se distinguen de los de la izquierda en que van a votar. Los votantes de izquierdas se indignan con sus partidos por una coma mal puesta o una frase ambigua y van a sus guaridas, casas las llaman, a recoger los puñales que clavarán en las espaldas de sus conmilitones siguiendo rigurosamente el ritual establecido, por supuesto. Y cuando las cosas se ponen peludas, el votante de izquierdas se esconde en la cueva donde custodia en un cofre, escondido en un lugar secreto, las esencias, una hoz y un martillo, y la bandera de la URSS: se sienta en su sillón favorito, abre una lata de Coca-cola y le grita a la tele "va a votarles su puta madre", cuando ve a su "amado líder" en un mítin de campaña. El votante de derechas no tiene ni que pensar, coge su papeleta, la que tiene el logo de su partido, sin más la mete en su sobrecito y "pa la urna"; luego se toma un sol y sombra en el bar de Paco, el de toda la vida, va a misa de doce y luego a casa, a ducharse y acicalarse para ir al "Pétalos" por la noche, cuando encienda el neón. Todo ello sin asomo de rubor, sin pizca de remordimiento, tan feliz. Como dijo el Presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, una vez en una entrevista televisiva: "ellos presentan a una vaca pinta a Presidente del Gobierno y sale elegida la vaca". En estos momentos, la derecha, esa que los medios de comunicación denominan "extrema" o "ultra", ha presentado su candidatura para gobernarlos a todos, para atraerlos a todos y atarlos a las tinieblas, pero no tiene cuernos ni rabo, ni pintas, no es una vaca sino un monstruo. El monstruo ya se hizo carne y habitó entre nosotros en el segundo cuarto de la pasada centuria - para los millenials, entre 1925 y 1950, más o menos -, dejándonos Europa como un erial. En el siglo XX dejamos crecer al monstruo, confiando en que pese a su apariencia el muchacho tenía buen fondo, pero acabó devorándonos y tuvimos que dejar sueltos a los monstruos que teníamos domesticados a fin de darle matarile; claro que luego, tocó volver a estabular a nuestros monstruos y pagamos el precio de nuestros errores. Ahora hemos vuelto a echarle pienso al lechón, que está ya gordico y lustroso como una marrana, en "ná y menos" saldrá por ahí a hacer maldades porque hemos quitado las vallas que le pusimos a su primo y nos va a cocear el hocico hasta dejarnos chatos. No obstante, tenemos una oportunidad, el Diablo es un ser vanidoso, onanista, narcisista, quiere que se le reconozcan sus méritos, que se le atribuyan sin discusión sus obras, y por eso va dejando puertas abiertas para que podamos darle caza como a un jabalí verrugoso. De hecho, ahora mismo tenemos la puerta abierta y en lontananza se le ven los jamones al gorrino, que va trotando despreocupadamente por la pradera, pero para salarlos y lonchearlos hemos de echarle el guante al cerdico, cosa que solo podemos hacer de una manera: votando.
Al monstruo del totalitarismo se le combate en las urnas, de ninguna otra manera, y desde luego no se consigue nada montando procesiones festivas a ritmo de batucada. La democracia es el depredador natural del totalitarismo, del fascismo, del nazismo, del nacional-sindicalismo y de todos los "ismos" de similar enjundia. Si se fortalece la democracia se jode el monstruo totalitario, con solo ir a votar cuando toca, el electorado de izquierdas puede neutralizarlo para los restos. Levántense del sillón, vayan a votar y luego si quieren váyanse a misa, al bar de Paco, el de siempre, al "Pétalos" o al parque a echarle pan a las palomas, a jugar a la petanca, o a cascársela en la rosaleda, pero voten. Vamos a votar, por la cuenta que nos trae.
Hay que tener en cuenta que, como es tradicional en España, los votantes de la derecha se distinguen de los de la izquierda en que van a votar. Los votantes de izquierdas se indignan con sus partidos por una coma mal puesta o una frase ambigua y van a sus guaridas, casas las llaman, a recoger los puñales que clavarán en las espaldas de sus conmilitones siguiendo rigurosamente el ritual establecido, por supuesto. Y cuando las cosas se ponen peludas, el votante de izquierdas se esconde en la cueva donde custodia en un cofre, escondido en un lugar secreto, las esencias, una hoz y un martillo, y la bandera de la URSS: se sienta en su sillón favorito, abre una lata de Coca-cola y le grita a la tele "va a votarles su puta madre", cuando ve a su "amado líder" en un mítin de campaña. El votante de derechas no tiene ni que pensar, coge su papeleta, la que tiene el logo de su partido, sin más la mete en su sobrecito y "pa la urna"; luego se toma un sol y sombra en el bar de Paco, el de toda la vida, va a misa de doce y luego a casa, a ducharse y acicalarse para ir al "Pétalos" por la noche, cuando encienda el neón. Todo ello sin asomo de rubor, sin pizca de remordimiento, tan feliz. Como dijo el Presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, una vez en una entrevista televisiva: "ellos presentan a una vaca pinta a Presidente del Gobierno y sale elegida la vaca". En estos momentos, la derecha, esa que los medios de comunicación denominan "extrema" o "ultra", ha presentado su candidatura para gobernarlos a todos, para atraerlos a todos y atarlos a las tinieblas, pero no tiene cuernos ni rabo, ni pintas, no es una vaca sino un monstruo. El monstruo ya se hizo carne y habitó entre nosotros en el segundo cuarto de la pasada centuria - para los millenials, entre 1925 y 1950, más o menos -, dejándonos Europa como un erial. En el siglo XX dejamos crecer al monstruo, confiando en que pese a su apariencia el muchacho tenía buen fondo, pero acabó devorándonos y tuvimos que dejar sueltos a los monstruos que teníamos domesticados a fin de darle matarile; claro que luego, tocó volver a estabular a nuestros monstruos y pagamos el precio de nuestros errores. Ahora hemos vuelto a echarle pienso al lechón, que está ya gordico y lustroso como una marrana, en "ná y menos" saldrá por ahí a hacer maldades porque hemos quitado las vallas que le pusimos a su primo y nos va a cocear el hocico hasta dejarnos chatos. No obstante, tenemos una oportunidad, el Diablo es un ser vanidoso, onanista, narcisista, quiere que se le reconozcan sus méritos, que se le atribuyan sin discusión sus obras, y por eso va dejando puertas abiertas para que podamos darle caza como a un jabalí verrugoso. De hecho, ahora mismo tenemos la puerta abierta y en lontananza se le ven los jamones al gorrino, que va trotando despreocupadamente por la pradera, pero para salarlos y lonchearlos hemos de echarle el guante al cerdico, cosa que solo podemos hacer de una manera: votando.
Al monstruo del totalitarismo se le combate en las urnas, de ninguna otra manera, y desde luego no se consigue nada montando procesiones festivas a ritmo de batucada. La democracia es el depredador natural del totalitarismo, del fascismo, del nazismo, del nacional-sindicalismo y de todos los "ismos" de similar enjundia. Si se fortalece la democracia se jode el monstruo totalitario, con solo ir a votar cuando toca, el electorado de izquierdas puede neutralizarlo para los restos. Levántense del sillón, vayan a votar y luego si quieren váyanse a misa, al bar de Paco, el de siempre, al "Pétalos" o al parque a echarle pan a las palomas, a jugar a la petanca, o a cascársela en la rosaleda, pero voten. Vamos a votar, por la cuenta que nos trae.

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