GUILLOTINA

La guillotina, la de cortar cuellos, no la de cortar papelitos, se usa para darle el pasaporte a la gente que se sepa desde el siglo XIII en Bohemia, hoy República Checa, pero conoció su auge y se hizo famosa en las postrimerías - ¡Cómo me gusta esta palabra! - del siglo XVIII por el uso que le dieron los revolucionarios franceses entre 1792 y 1794, año arriba o abajo, para decapitar a unas 16.500 personas, entre ellas al rey Luis XVI y toda su ralea. Tal proeza técnica y sociológica es atribuida a un médico, sí un tipo que había firmado con sangre el famoso "juramento hipocrático", el "no matarás" de los galenos, un tal Joseph Ignace Guillotine. El cirujano francés le dio nombre o mejor  dicho apellido al artefacto, que antes tuvo nombres mil como, por ejemplo en España, donde se le llamó en un alarde de creatividad "máquina de decapitar". El caso es que el bueno de Guillotine probablemente propuso usar la guillotina para aliviar en la medida de lo posible la transición, el traspaso, el hecho biológico, a los condenados a muerte, que antes de esto las pasaban peludas para ver de estirar la pata. Total, que el uso y abuso del juguetito nuevo que se habían agenciado los revolucionarios gabachos dejó Francia limpia de aristócratas desde el rey hasta el último barón y así se puso fin al ancien regime y dieron entrada a la modernidad.

A los franceses les quedó un país muy majo, apañao, tras darle una pasada con la guillotina; en el tránsito del siglo XVIII al XIX abrieron una nueva época, instauraron la república y ya que estaban le dieron un pensamiento a la democracia. Hasta se hicieron un calendario ad hoc para darle más fuste al cambio de régimen y con ese calendario algunas personas le pusieron Germinal, Floreal o  Pradial a sus retoños. Es más, la composición de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria nos legó el actual, y más vigente que nunca, eje explicativo izquierda-derecha y el concepto "jacobinismo", entre otras cosas. Es cierto que en la Historia de Francia se produjo justo a continuación de La Revolución una recaída monárquica y se les sentó en el trono imperial un tal Napoleón cuyo hermano Joseph llegó a rey de España como José I (Pepe Botella); España por entonces era un país invadido y con un ex rey felón además de pusilánime, tanto que estando apresado y abdicado en Valençay y mientras los españoles se batían el cobre contra las tropas napoleónicas, al rey no se le ocurrió otra cosa que pedirle por carta a Napoleón que le adoptara como hijo. A Fernando VII no lo guillotinamos y por eso, porque era un mamarracho y porque estaba resentido, cuando restauramos la monarquía borbónica en 1814 nos volvió a dar por el culo y sin vaselina. Si hubiéramos guillotinado en el momento al felón nos hubiera quedado un país tan majo como el francés y la Constitución de España hubiera sido la que redactaron en 1812 en Cádiz, pero como somos gilipollas y nuestra "guerra de la independencia" la libramos al grito de "vivan las caenas" pues nos engrilletaron los borbones. Y asi seguimos hasta hoy, con dos breves paréntesis en 1873-74 y en 1931-39, viviendo en una monarquía borbónica. 

En su momento, cuando podíamos haberlo hecho, perdimos la oportunidad de darle lustre a la cuchilla de la guillotina y ya no hay remedio para ese error. Ahora somos un país civilizado y en corazón de Europa así que no es de recibo que vayamos cortando cuellos en plaza pública. Lo que sí podemos hacer es reconocer que nos equivocamos, que no debimos hacer volver al rey felón, que no debimos renunciar a los avances democráticos que alumbró la constitución liberal de Cádiz y que debimos aprovechar para instaurar la república como los gabachos. Esto no es para autoflagelarnos ni para ir llorando por las esquinas como La Zarzamora sino para que reflexionemos sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. La Historia no se puede cambiar pero sí la seguimos escribiendo y sabiendo cómo la escribimos en el pasado podemos pensar cómo escribir el futuro. Pensar he dicho.

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