14 DE ABRIL
El 14 de abril de 1931, hace exactamente 90 años, se proclamó
en España la Segunda República (la primera fue en febrero de 1873) y se abrió
un breve periodo democrático entre dos dictaduras, la del general Miguel Primo
de Rivera y la del general Francisco Franco Bahamonde, que se extendió durante
5 u 8 años, dependiendo de si incluimos la guerra civil de 1936-39 en el
cómputo o no. De esta manera, todos los 14 de abril el desarbolado y excéntrico
republicanismo español celebra (celebramos) este aniversario, el de la Primera
República “ya tal”. Si contamos las celebraciones desde 1978, pongamos,
si se quiere 1977 o más aún 1975, en concreto el 20 de noviembre, que es cuando
estira la pata el dictador, llevamos ya 45 en el cómputo largo, 43 en el medio
o 42 en el corto. Y me parece que o cambia mucho el panorama o nos quedan otros
tantos aniversarios que ir celebrando, fundamentalmente porque ni siquiera los republicanos nos lo acabamos de creer; verbigracia lo ocurrido en 2014 cuando abdicó el rey, Juan Carlos I, que era el momento tan largamente esperado por nosotros que se quedó en nada, pasando a la Historia como un día más. Triste legado les dejamos a las generaciones venideras. Venga, aparquemos por un día los reproches, desempolvemos y démosle un golpe de
plancha a la tricolor que tenemos almacenada en el armario ropero, busquemos un
mástil adecuado – generalmente el palo de una escoba – y ondeemos la bandera
republicana española por cuadragésimoytanta vez, recordando aquel 14 de abril
en que en España volvía a la senda de la democracia liberal. Eso sí, hay que
tener en cuenta que quienes celebramos hoy el 90 aniversario de la proclamación
de la II República no vivimos ese momento y quienes lo vivieron ya ha tiempo
que crían malvas; y también hay que tener en cuenta que muchos de los que hoy
sacarán su bandera con la franja morada y el escudo con corona mural no son
republicanos.
Teniendo en cuenta que para mí las banderas son telas de colores y respetando al máximo a quienes les otorgan valores y propiedades representativas o les produce un notable enardecimiento de sus inclinaciones patrióticas, y que la tricolor de la II República entra en esta definición - la de tela de colores, digo -, es necesario aclarar que si la enarbolo es con la única y exclusiva intención de adscribirme al republicanismo español, sin más. Claro que ser, o declararse, republicano no consiste en sacar banderas, pese a que ésta parece ser una tendencia más o menos extendida en determinados sectores de la población que el único libro que ha leído se llama - o llamaba - Páginas Amarillas, sino en asumir los valores políticos del republicanismo, entre los que destaca el pilar del Imperio de la Ley. El Imperio de la Ley es el principio basal del republicanismo, pero también de la democracia liberal, lo que nos diferencia a los republicanos de otros demócratas o de los partidarios de otros modelos de Estado que no necesariamente han de ser democráticos, es que para nosotros este principio hace referencia a la igualdad entre todos los ciudadanos de manera que nadie, insisto en esto, nadie está por encima de la ley, ni personas individuales ni instituciones de ningún tipo. Además, y esto también es muy importante, el Imperio de la Ley también se refiere a que sólo la ley puede cambiar, derogar, sustituir o reformar la ley, es decir, el funcionamiento del sistema jurídico no puede descansar nunca en la arbitrariedad, ni de una persona ni por supuesto de una institución del propio Estado. Los republicanos pensamos enseguida en la función de la monarquía - sea parlamentaria o no - en este marco teórico pero salgan de esta trampa dialéctica, olvídense del rey, estamos hablando de instituciones del Estado (a lo mejor debería decir "instituciones EN el Estado" para no inducir a confusión, pero es que me gusta la confusión, qué le vamos a hacer), es decir, el Gobierno, el Poder Judicial o la Iglesia Católica. Y ahora volvamos al rey, a la monarquía parlamentaria española, que es lo que más de cerca nos toca, para analizar en serio, sin sesgos ideológicos o partidistas, si encaja en nuestra idea del Imperio de la Ley porque es evidente que no lo hace. Cabría preguntarse también, por coherencia ideológica, si otras instituciones del Estado (me refiero a las estructuras políticas) encajan en lo que los republicanos entendemos como principio basal de nuestra manera de entender el mundo, pero esta es otra historia. Ahora bien, debe quedar meridianamente claro que la cuestión fundamental no está en el método que se siga para designar al Jefe del Estado, que es una cuestión accesoria, sino cuál es su función y cómo encaja en nuestro modelo de sociedad, o por lo menos en el modelo de sociedad que la mayoría quiere. Digo esto porque el republicanismo folclórico y performativo ha pretendido, no sé con qué objetivos, reducir la República a esta cuestión, sin más reflexión, cosa que lejos de ayudar dificulta todavía más la ya de por sí hercúlea tarea de los republicanos. Es decir, la República no es, o no sólo, que el Jefe del Estado se llame Presidente y sea un cargo electo en comicios democráticos, sino que supone asumir, consolidar e institucionalizar un acervo ideológico complejo y completo que se llama "republicanismo" y que no se puede limitar a aspectos folclóricos o gestos teatrales de cara a la galería.
La República no vendrá, hay que traerla, y esta tarea además de no ser fácil es imposible de realizar si no la traemos entre todos. Entre todos quiere decir que la mayoría de la sociedad, tanto de derecha como de izquierda, quiera traerla. No vale con que sólo se pretenda instaurar la III República española desde las prietas filas de la izquierda (ya vistéis cómo nos quedó el asunto la última vez) sino que hace falta el imprescindible apoyo del republicanismo de derechas. El republicanismo de derechas en España es un mito, no existe, esto es así y hay que asumirlo; la derecha, o las derechas, en España son monárquicas. Que las derechas en España sean monárquicas es una anomalía y en mi opinión obedece a que los republicanos hemos utilizado la tricolor y el recuerdo de la II República como una arma arrojadiza, un instrumento de guerra ideológica, y en consecuencia hemos provocado una reacción contraria y con la misma intensidad. Por eso, antes de empezar con ensoñaciones sobre un futuro lleno de algodón de azúcar y unicornios rosa volando, hemos de ser conscientes de que para construir la casa hemos de empezar por los cimientos y estos cimientos son el atraer al republicanismo a las derechas o por lo menos a sus votantes. De lo contrario, habrá monarquía para siglos. Vosotros veréis. Salud y república.

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