COMBATIR AL FASCISMO
Uno de los campos de batalla más importantes, por no decir
el más importante de todos, es el cultural porque, y esto es lo grave, es donde
el fascismo está causando más
estragos. La penetración del fascismo entre la clase obrera no es un fenómeno
nuevo, ya lo vivimos en la Europa de entreguerras con los resultados que todos
ustedes ya conocen, pero sí adquiere en el siglo XXI nuevas características. Si
en la primera mitad de la pasada centuria el fascismo arraigó en la clase
obrera de la mano de la crisis económica y política, en nuestra época ha
conseguido meter cuña por la dejadez de funciones de la izquierda, más empeñada
en políticas identitarias que en la representación de los intereses de la clase
que aspira a liderar. Un ejemplo claro de cómo la izquierda ha hecho mutis por
el foro en el campo de batalla, precisamente cuando más falta hacía que
estuviera, es la de memes y chascarrillos que se han vertido a cuenta de la
identificación de la libertad con el consumo de cerveza. Mientras vamos
deshuevándonos con nuestro ingenio creativo de viñetistas chachi-guay-piruli,
la derecha ultramontana conecta con mucha eficacia y eficiencia con los intereses
de la clase obrera. Sí, a la clase obrera le importa una higa si llamáis hijes
a vuestros hijos o si llenáis de /a o de @ los textos; tampoco le molesta la
tauromaquia ni las fiestas populares con animales; se ve el ecologismo como una
moda de pijos urbanitas con posibles; sienten que el campo, entendido como la
España rural, está siendo despreciado por los intelectuales de izquierdas; no
se ven reflejados en los profesores universitarios que desgranan con solvencia
sesudas reflexiones sobre el porvenir de la nación o la patria; y lo que es
peor, sienten que sus intereses, que pasan por tener una vida digna, un trabajo
digno, una vivienda digna y poder ir el fin de semana a embrutecerse a la
taberna, los recogen con mayor claridad precisamente los vendedores de
crecepelo que vienen a estafarlos, a estafarnos. Cuando la izquierda abandona
el campo de batalla la guerra está perdida y no podemos permitírnoslo porque ya
sabemos cómo acaba todo esto. El fascismo tiene un programa social con el que
busca atraer a la clase obrera, cosa que consiguió hace un siglo, pero en
realidad es antiobrero porque es elitista y defiende la desigualdad social como
un fenómeno natural; sólo tienen que fijarse en cómo un conocido partido fascista español defiende que los trabajadores puedan aceptar salarios por
debajo del SMI y fuera de la cobertura de los convenios laborales, este es el
componente obrero del fascismo, por si había dudas.
Ismael Saz, que es un historiador de reconocido prestigio
que no necesita presentación, distingue entre un partido fascistizado, como fue
la CEDA en los años 30 del siglo XX, y uno fascista, como lo fue FE – JONS en
esa misma época. A algunos periodistas pasados de vuelta les haría falta leer
un poco más a científicos serios y menos a hooligans de gatillo corto cuya
única motivación es sacar rendimiento a sus publicaciones y no aumentar o
mejorar el corpus teórico de su disciplina, tal vez así no confundirían el culo
con las témporas. A la izquierda política le vendría bien hacer dos cosas:
una, desligarse de la claque mediática que le ríe las gracias pero oculta sus errores
por lo que más que ayudar estorba; y dos, abandonar la estrecha senda de las
políticas identitarias, que sirven a intereses concretos de colectivos
concretos, para coger la autopista de la política de clase, de la clase obrera,
porque en el momento en que un partido sustituye o sublima la clase a la
identidad deja de ser izquierda para convertirse en otra cosa que por pudor no
mencionaré aquí. Y a ustedes, sufridos votantes, también recomendarles que
ejerzan sus derechos, aunque para ello tengan que ponerse una pinza en la
nariz, porque si no lo que ejercerán serán las derechas. Avisados están.

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