COMBATIR AL FASCISMO

Hay determinados digamos periodistas – ya sé que el término está tan manoseado que su significado depende del contexto – que se han pasado de frenada en su antifascismo militante y han acabado cruzando las líneas, no sé si para pasarse al enemigo o para suicidarse por la causa y dudo mucho que ellos, ellas y elles lo sepan tampoco. El fascismo es un fenómeno recurrente porque en el siglo pasado, que es cuando las sociedades occidentales alumbraron al monstruo, se cortó como se corta el césped y así no se acaba con el fascismo sino que hay que arrancarlo como los cebollinos porque de lo contrario se queda enterrada la raíz y luego brota otra vez. Las nuevas plantas, igual que pasó en el siglo XX, brotaron en Francia y de ahí se enviaron esquejes por toda Europa que han dado lugar a nuevas plantaciones, con el agravante de que esta planta, el fascismo, es una especie depredadora e invasora que erosiona el medio ambiente y amenaza la supervivencia de la flora y fauna autóctona. Por eso se debe tener en cuenta que al fascismo no se le combate con más fascismo sino con más democracia. Este combate no es fácil, nadie dijo nunca que lo fuera, pero sí se ha dicho y el tiempo lo ha confirmado que es un combate necesario si queremos defender y preservar la democracia porque el fascismo si es algo es antidemocrático. Eso sí, convendría también afinar el tiro y no empeñarse en matar moscas a cañonazos, porque para luchar contra el fascismo hay que tener claro primero qué es el fascismo, el fascismo es revolucionario y antidemocrático mientras que la ultraderecha es conservadora y accidentalista.

Uno de los campos de batalla más importantes, por no decir el más importante de todos, es el cultural porque, y esto es lo grave, es donde el fascismo está causando más estragos. La penetración del fascismo entre la clase obrera no es un fenómeno nuevo, ya lo vivimos en la Europa de entreguerras con los resultados que todos ustedes ya conocen, pero sí adquiere en el siglo XXI nuevas características. Si en la primera mitad de la pasada centuria el fascismo arraigó en la clase obrera de la mano de la crisis económica y política, en nuestra época ha conseguido meter cuña por la dejadez de funciones de la izquierda, más empeñada en políticas identitarias que en la representación de los intereses de la clase que aspira a liderar. Un ejemplo claro de cómo la izquierda ha hecho mutis por el foro en el campo de batalla, precisamente cuando más falta hacía que estuviera, es la de memes y chascarrillos que se han vertido a cuenta de la identificación de la libertad con el consumo de cerveza. Mientras vamos deshuevándonos con nuestro ingenio creativo de viñetistas chachi-guay-piruli, la derecha ultramontana conecta con mucha eficacia y eficiencia con los intereses de la clase obrera. Sí, a la clase obrera le importa una higa si llamáis hijes a vuestros hijos o si llenáis de /a o de @ los textos; tampoco le molesta la tauromaquia ni las fiestas populares con animales; se ve el ecologismo como una moda de pijos urbanitas con posibles; sienten que el campo, entendido como la España rural, está siendo despreciado por los intelectuales de izquierdas; no se ven reflejados en los profesores universitarios que desgranan con solvencia sesudas reflexiones sobre el porvenir de la nación o la patria; y lo que es peor, sienten que sus intereses, que pasan por tener una vida digna, un trabajo digno, una vivienda digna y poder ir el fin de semana a embrutecerse a la taberna, los recogen con mayor claridad precisamente los vendedores de crecepelo que vienen a estafarlos, a estafarnos. Cuando la izquierda abandona el campo de batalla la guerra está perdida y no podemos permitírnoslo porque ya sabemos cómo acaba todo esto. El fascismo tiene un programa social con el que busca atraer a la clase obrera, cosa que consiguió hace un siglo, pero en realidad es antiobrero porque es elitista y defiende la desigualdad social como un fenómeno natural; sólo tienen que fijarse en cómo un conocido partido fascista español defiende que los trabajadores puedan aceptar salarios por debajo del SMI y fuera de la cobertura de los convenios laborales, este es el componente obrero del fascismo, por si había dudas.

Ismael Saz, que es un historiador de reconocido prestigio que no necesita presentación, distingue entre un partido fascistizado, como fue la CEDA en los años 30 del siglo XX, y uno fascista, como lo fue FE – JONS en esa misma época. A algunos periodistas pasados de vuelta les haría falta leer un poco más a científicos serios y menos a hooligans de gatillo corto cuya única motivación es sacar rendimiento a sus publicaciones y no aumentar o mejorar el corpus teórico de su disciplina, tal vez así no confundirían el culo con las témporas. A la izquierda política le vendría bien hacer dos cosas: una, desligarse de la claque mediática que le ríe las gracias pero oculta sus errores por lo que más que ayudar estorba; y dos, abandonar la estrecha senda de las políticas identitarias, que sirven a intereses concretos de colectivos concretos, para coger la autopista de la política de clase, de la clase obrera, porque en el momento en que un partido sustituye o sublima la clase a la identidad deja de ser izquierda para convertirse en otra cosa que por pudor no mencionaré aquí. Y a ustedes, sufridos votantes, también recomendarles que ejerzan sus derechos, aunque para ello tengan que ponerse una pinza en la nariz, porque si no lo que ejercerán serán las derechas. Avisados están.

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