NO DAR DE COMER AL MONSTRUO.
Que Vox fue a Vallecas a provocar, buscando la foto de los altercados para darle forraje a su "ganao" a fin de tenerlo en estado de revista para el 4 de mayo es una obviedad que no merece más comentario, pese a que el tertuliano medio incidirá ahí a ver si rasca alguna invitación a otra tertulia. Otra obviedad es que el populacho le regaló la foto a los Abascal boys con la participación estelar de la policía nacional, que hasta tuvo algún compañero coño que se sacó un selfie con un conocido ultra y presunto acosador de cierta familia notable con residencia en una urbanización de Galapagar, mientras sus colegas repartían hostias a la hinchada de babor. Pero estas obviedades no son premisas válidas para construir un corolario equidistante que equipare o por lo menos sitúe en un mismo nivel a ambos bandos porque no son lo mismo ni por asomo. Es más, yo creo que cualquier demócrata sólo por decencia debería ser antifascista y que quien vea al antifascismo con malos ojos tiene un problema y no en los ojos precisamente. Quien le pida contención a la gente normal ante las provocaciones de la ultraderecha amante de las águilas pintadas en telas de colores, alegando que lo más inteligente es ignorarla porque "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio" es porque el sistema educativo ha fracasado, ley tras ley, en el objetivo pedagógico imprescindible de aprender nuestra Historia a fin de no tener que repetirla. De general conocimiento, o al menos está ahí al alcance de cualquiera - la prueba es que un indocumentado como yo lo ha leído porque yo sé leer pese a la voluminosa evidencia en contra que acumuláis -, que las políticas de "apaciguamiento" del fascismo no dieron buenos resultados y no hace tanto de eso para que ya nos hayamos olvidado del asunto. Al fascismo no se le puede dejar campar a sus anchas pretendiendo que ignorar sus provocaciones lo condena al ostracismo porque la técnica del avestruz para afrontar los problemas aunque es cierto que protege la cabeza al enterrarla en la arena, deja expuesto el culo y por ahí entra el frío (bueno y otras cosas, a veces). La última vez que lo dejamos estar, pensando que así se le pasaría lo suyo o al menos se suavizaría, se nos plantaron en París y hubo que sembrar de pepinos toda la tierra del continente para librarnos de la plaga que se desató ante nuestras atónitas narices. Al fascismo se le combate, sobre todo en las urnas, votando, pero también en las calles, explicando claramente que por ahí no pasamos, que las calles son nuestras, de las personas, de los demócratas, para hacer manifestaciones, para pasear al perro o al abuelo, para bajar a tirar la basura en batín y pantuflas o para la verbena. Eso sí, convendría dejar claro que expresar en la calle nuestro frontal rechazo al fascismo no incluye echarle pienso a los pollos y que si un señor o señora con casco y porra dice que nos alejemos, pues nos alejamos, sin más discusión y hasta que diga que ya estamos lo suficientemente lejos; todo se arregla gritando más o usando un megáfono. Y si además podemos convencer al vecindario de que adorne su balcón con algunas pancartas ad hoc, miel sobre hojuelas. Pero a ser posible no volvamos a regalarle la foto de las algaradas y el enfrentamiento con la policía, por favor, gracias.
El fascismo es un monstruo insidioso que pretende socavar los cimientos de la democracia liberal a fin de derrumbar el edificio para construir sobre sus ruinas un Estado nuevo, totalitario, racista, xenófobo, criminal y antidemocrático. Es una obligación ética y moral de toda persona que se considere demócrata el plantarle cara al fascismo en todo momento y en todo lugar. No cabe en este asunto la equidistancia, ni situar en el mismo plano al fascismo y al antifascismo, de la misma manera que tampoco podemos poner en esa tesitura al machismo y al feminismo, por salud mental sobre todo. El fascismo es una enfermedad, una anomalía, y el antifascismo es una obligación para todas las personas normales, tanto si son de izquierdas como si son de derechas. La tibieza no es una herramienta válida en este contexto, la violencia menos todavía pero, insisto, al fascismo se le debe combatir en todos los ámbitos. Echo en falta un compromiso claramente antifascista de todos los partidos políticos, sobre todo en la hinchada de estribor, porque el compromiso democrático exige enfrentarse al monstruo y la dejación de funciones es darle de comer a la bestia. No desembridemos al animal, por favor, porque una vez se suelta ya no hay manera de pararlo.

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