EL RETO DE LA IZQUIERDA
Como hoy me ha dado por
las citas voy a recordar una reflexión de Pablo Iglesias, el líder de Podemos
no el fundador del PSOE, que dijo algo así como que para representar a la clase
obrera, lo que la izquierda posmo denomina “el pueblo”, un líder político debe
vivir y expresarse como ella; decía lo de vivir en un barrio populoso y saludar
al panadero aunque no dijo nada de mudarse a un lujoso chalet en una
urbanización exclusiva, comportamiento que por aquél entonces atribuía a “la
casta”. Al margen de las contradicciones ideológicas del ex líder de Podemos -
¿Quién no ha de convivir con sus contradicciones? – creo que en ese pasado que
ahora se nos antoja lejano pero que es muy reciente, acertó de pleno. No se
puede aspirar a representar a la clase obrera – “el pueblo”, si lo quieren así –
hablando un idioma que no se comparte y abordando cuestiones que tampoco son
comunes. Lo que enseña el 4M madrileño es que la izquierda si quiere gobernar –
otra cosa es que no quiera y prefiera quedarse refunfuñando en un rincón – ha de
centrarse en ofrecer respuesta a las demandas que la cotidianidad plantea y que
se sustancian en la vida a pie de calle, a ras de barrio y sobre todo en el
rural. En este redescubrir lo que deberían ser las esencias de la izquierda, es
decir, el regreso a un lenguaje mutuamente inteligible y a un entorno común
donde se comparten intereses y preocupaciones, la izquierda debe dejar atrás el
alambicado lenguaje académico que ha usado hasta el momento y sobre todo
abandonar la pretensión de seducir a los aliados laterales desde el núcleo
irradiador de todas esas políticas identitarias con las que se ha pretendido
ganar la hegemonía a través de performances performativas y payasadas de
similar enjundia. Sintetizando mucho, la izquierda debe mandar a esparragar al
soplagaitas de Laclau y así ya tiene media faena hecha. La transversalidad a la
que aludían los fundadores de Podemos, cuando Podemos era Podemos y no el PCE
con otro nombre, no era ideológica sino social, es decir, que en ese momento
dulce en el que todo fue posible – y que se malogró por los egos y las
ambiciones personales – se aspiró a representar a “los de abajo”, a la clase
obrera, sin ambages ni circunloquios, expresando la voz de esa ciudadanía cuyas
preocupaciones luego les parecieron pueriles frente a las grandes ideas de
emancipación universal que les caracterizó cuando se institucionalizaron. No se
ve bien desde algunos sectores de la izquierda más ortodoxa que los partidos “vanguardia
de la clase obrera” bajen al tajo a ver qué les cuentan los obreros pero por
mucho que les moleste esta es la tarea fundamental de la izquierda y no las
asambleas en la Facultad de Ciencias Políticas. La acción y el pensamiento
político de la izquierda no puede constreñirse al ámbito académico porque esto
lo hace inane sino que ha de estar en el día a día, como decía Pablo Iglesias
Turrión: “saludando al tendero por la mañana” y no al decano de la Facultad.
Esto que digo supone que los guardianes de las esencias de
la izquierda le etiqueten a uno de “lepenista”, “rojipardo”, “falangista de
izquierdas” y no sé cuántas barbaridades más porque vergüenza ni tienen ni la
conocen pero imaginación les sobra. Etiquetando y clavando piolets somos en la
izquierda Máster Cum Laude, que la práctica hace maestros en el arte, pero
ahora queda por saber si aprenderemos a colaborar. Lo primero que hay que hacer
es oídos sordos a los “pitufos gruñones” que desde el fondo de la cueva llaman
a rebato y zafarrancho de combate, en el fondo gritan mucho pero si no se les
hace caso acaban por ser ruido, que molesta un poco pero no estorba mucho. Lo
segundo, y más importante, es tirar a la basura de la Historia las etiquetas, o
mejor aún, metérselas por dónde les quepa a los etiquetadores a ver si les
revientan dentro y les quedan las gónadas colgando de un campanario (Pepe Rubianes, in memoriam). Y si hay que ser "rojipardo", "lepenista" o "falangista de izquierdas" pues se asume el sambenito y seguimos mientras ladran.

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