LOS HEREJES DE LA IZQUIERDA

Desde hace un tiempo algunos asustaviejas profesionales venimos avisando de una próxima hecatombe electoral para la izquierda española que por añadidura vendrá con la factura a que pague “Pocarropa”, como siempre. No es que nadie nos haya hecho caso, que también, sino que además se nos ha calificado con adjetivos tan bonitos como “rojipardos”, “criptofalangistas” o “izquierda reaccionaria” entre otras lindezas de similar enjundia, por poner sobre la mesa las cartas boca arriba. Ignoro lo que ocurre en otros países pero en España tener criterio propio está castigado con pena de excomunión. Ya se sabe que el peor enemigo de una religión organizada es el hereje y no el infiel porque si bien éste ayuda a cohesionar internamente, aquel contribuye a disgregar o, como decimos en la izquierda, a la escisión. No obstante y pese a los inconvenientes, desde luego siempre pensando en que cabe la posibilidad de que esté equivocado, cosa que no sería de extrañar, creo que es obligado poner de relieve el peligro cierto de involución que acecha a la vuelta de la esquina. Máxime cuando esa vuelta al NO-DO, a la España en blanco y negro, al nacionalcatolicismo y a otras cosas mucho más siniestras aunque sean de derechas, es en parte consecuencia de una injustificable y criminal dejación de funciones de la izquierda. Como al parecer dijo Edmund Burke, un escritor irlandés (para los genios de la LOMLOE, escritor es "un pavo que escribe mazo guapo"), para que triunfe el mal es condición suficiente la inacción de las buenas personas. Supongo que resulta pedante y tal vez inexacto colocar en el lado de “las buenas personas” a quienes somos de izquierdas así que sólo diré que para mí las buenas políticas son las que llevan a cabo los gobiernos de izquierdas porque suelen beneficiar a la clase obrera en mayor medida que al resto de clases. O eso creo yo.

Las últimas encuestas demoscópicas, y hay que tener en cuenta el grado de credibilidad que se han ganado a pulso a la hora de establecer corolarios, anuncian un vuelco del electorado español hacia la derecha. Se puede discutir mucho sobre quién, cómo, por qué y sobre todo para quién se hacen las encuestas sobre intención de voto, y también se puede discutir mucho sobre la disparidad de pronósticos sobre el futuro que arrojan, pero no se puede discutir que la basculación del voto a estribor es un hecho que subyace a todas. Los tertulianos, que son un depredador natural de los intelectuales y ha conseguido extinguirlos, busca ahora alimento en las personas sin pedigrí. Están empeñados en señalar con su dedo acusador temblando de emoción a los herejes de la izquierda que hemos tenido la incalificable osadía de reclamar a los partidos de izquierdas que abandonen las veleidades identitarias que los están consumiendo para abordar las grandes cuestiones que desde siempre han preocupado a la izquierda. Para estos exégetas de un Marx y un marxismo reinterpretados a beneficio de inventario de la cadena de televisión que vende el show, resulta herético señalar que la izquierda ha hecho mutis por el foro en lo que se refiere a la vieja aspiración de mejorar las condiciones materiales de existencia de la clase obrera para abrazar causas sectoriales y en muchos casos, se pongan como se pongan los afectados, de etiología burguesa. Es cierto que hasta el momento, estas cuestiones digamos periféricas habían producido rédito electoral a unos partidos de izquierdas que se habían quedado sin proyecto ante un capitalismo triunfante que garantizaba el progreso y el desarrollo; y que en la actual tesitura, en la que hemos encadenado por ahora tres crisis económicas profundas desde 2008, les está costando mucho cambiar el rumbo y volver a las esencias. Pero tildarnos de “rojipardos” o “criptofalangistas” a quienes reclamamos precisamente que la izquierda asuma los grandes temas que definen y justifican su existencia es cuando menos una boutade propia de cínicos irredentos o de tontos de capirote, que se han quedado ensimismados mirando el dedo que señala a la Luna. Que conste que yo a los tontos de baba que no aciertan a ver el bosque detrás de los árboles no tengo nada que reprocharles, bastante tienen con lo suyo como para que llegue un indocumentado como yo a ponerlos en solfa, pero oiga, a la patulea de apesebrados, abrazafarolas, tiralevitas y culitiernos a sueldo del poder mediático sí hay muchas cosas que reprocharles porque lo hacen adrede. La cuestión no sería tanto el qué hacen sino el por qué lo hacen y mucho me temo que son como aquellos sujetos que militaban en mi época en los grupúsculos más radicales y violentos de la extrema izquierda pero que inexplicablemente – bueno, bien se podía explicar – salían indemnes de cargas policiales, redadas y de la comisaría sin un rasguño. Se llamaban “quintacolumnistas” entonces, ahora podríamos llamarlos simplemente “estómagos agradecidos”.

No quisiera pecar de grosería, si es que eso es un pecado porque la religión que me enseñaron se parece a la actual como un huevo a una castaña y encima soy un jodido apóstata condenado al fuego eterno del Infierno, pero me temo que siendo malos los tertulianos no son los peores. Los peores, amigos míos, sois vosotros, somos nosotros, la gente, el populacho, la masa amorfa y anómica que, como las mareas, se mece al son que toca un satélite. Nos estamos dejando arrastrar por los profetas de La Verdad - así con mayúsculas -, cabalgando a lomos del desierto hacia las cavernas (esto es de una canción de Enrique Bunbury) y además criminalizando a quien avisa de que la cabalgata es un desatino. Nos arrullan con cantos de sirena y nos entretienen con embelecos mientras van comiéndonos el terreno al merme. La izquierda está perdida, lo va a estar durante décadas y como siempre perderemos el tiempo buscando culpables en vez de invertirlo en encontrar soluciones. Como dicen en mi pueblo: “nos mean en la cara, dicen que llueve y abrimos la boca”.

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