LA PENDIENTE HACIA EL FASCISMO

La política española, como ocurre en el conjunto de las democracias occidentales, se desliza suavemente pero de manera inexorable por la pendiente que acaba en el fascismo. No parece que hayamos aprendido del pasado para evitar repetir los mismos errores en el futuro sino todo lo contrario. A lo mejor tiene algo que ver en esto el hecho indiscutible de la pérdida de peso curricular de las asignaturas humanísticas, en concreto la Historia. Yo creo que como mínimo ya hay una generación incapaz de distinguir matices ideológicos y que, por supuesto, no puede mantener un debate serio y sereno sobre el fascismo, fundamentalmente porque no sabe qué es el fascismo. Esta evidencia empírica deriva en que se está produciendo la banalización del concepto “fascismo”, que se ha convertido en un exotismo del siglo pasado en el que, por lo que sea, en Italia y en Alemania – obviando que el fascismo fue un fenómeno europeo global – se les soltó una tuerca que tenían floja en la cabeza y se les fue la pinza mazo. Esto induce a que los zotes que fabrica el sistema educativo español, gracias fundamentalmente a engendros como la LOGSE o la LOMLOE, consideren que el fascismo es una palabra vacía, un concepto inaprehensible, cosas de pollaviejas. El problema es que a quienes les parece que Franco es un delantero del Milán o Hitler un lanzador de jabalina de la extinta y nunca suficientemente llorada RDA, corresponde detectar los síntomas que anuncian el fascismo en nuestras sociedades para prevenir sus efectos nocivos. Tampoco ayudan los hipertensos de la verdadera izquierda, que viven infartados porque todo lo que no sea su clac de plañideras les parece fascista. En definitiva, entre la estulticia y la banalización, el fascismo va haciendo marcha, medrando en las sombras, porque a la mano de obra del fascismo, la peonada del extrarradio ideológico, se la sudan los debates conceptuales o la tensión de la batalla por la hegemonía entre el núcleo irradiador y su puta madre en deshabillé.

Los mismos idiotas que a principios de 2020 aseguraron que era más probable morir atropellado porque la mascarilla tapara los ojos que de la Covid-19, ahora quieren ponerle un brazalete con una estrella a los negacionistas de la pandemia mientras aplaude entusiásticamente la bancada de babor. Emmanuel Macron, el 25 presidente de la República de Francia y Copríncipe de Andorra - si hubierais leído algo os estaríais deshuevando vivos -, ha decidido consagrar al anatema a los gabachos miguelboselianos y aquí la izquierda cumbayá está babeando. Si estos chachiprogres de salón de té vivieran en la Alemania de los años 30 del siglo pasado llevarían uniformes pardos y estarían rompiendo los escaparates de las tiendas de los judíos. La síntesis fascista es atractiva para un sector de la sociedad, cada vez más numeroso por el destrozo causado por las magníficas leyes educativas con las que los sucesivos gobiernos del turno nos han obsequiado, cautivado por los mensajes sencillos, las órdenes básicas, por el "sit-plas-roll". Si el sistema educativo formara ciudadanía crítica y no épsilons adocenados que se apesebran a base de soma adulterado para constituir la masa de siervos de la gleba con la que se alimenta el capitalismo otro gallo nos cantaría y el fascismo no tendría espacio. Pero en el erial intelectual que ha dejado el currículum educativo español hay espacio más que de sobra para que no sólo crezca el fascismo sino para que lo invada todo como la grama. Mira si la cosa tiene bemoles que hasta quienes hace dos días ponían a parir al populacho infecto, y con toda la razón del mundo, por jalear las condenas a algunos humoristas y cómicos que habían transgredido los "límites del humor" - y que quede claro que yo defiendo que el humor no debe tener límites, se pongan como se pongan -, ahora se apuntan voluntarios para marcar a los negacionistas como si fueran ganado. "Venceréis pero no convenceréis", dicen que dijo en octubre de 1936 don Miguel de Unamuno al fascista de Millan-Astray en la Universidad de Salamanca, se equivocó el sabio vasco, los fascistas vencieron en 1939 y han convencido en 2021 hasta al Tato. A este desastre también ha contribuido con su granito de arena, que más bien ha sido un volquete - métanse el chistecito  por el recto -, la ley de la memoria histórica, más empeñada en borrar la historia con una damnatio memoriae general que en explicar la movida de la guerra civil del 36-39 y la dictadura franquista de manera rigurosa y alejada de clichés ideológicos y reinterpretaciones a beneficio de inventario.

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Nuestro pueblo tiene mucha historia y buena parte de ella no estaría del todo mal volver a vivirla pero el problema es que nos empeñamos en repetir la parte peor. No me parece buena idea volver al franquismo y ya no te digo a la guerra civil de 1936-39. Y, una cosica,  quienes añoran la dictadura del general bajito de voz aflautada y bigote fino no son nostálgicos, son fascistas, llamemos a las cosas por su nombre. No alimentemos a la bestia y sobre todo no la soltemos porque luego ya no hay manera de devolverla a la jaula, y nos va a joder a mordiscos. No apoyemos leyes fascistas, no pongamos brazaletes a los negacionistas, intentemos convencer para vencer. Recordad a don Miguel de Unamuno. Avisados estáis. Tened cuidado, mantes. 

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