APELAR A LA PATRIA

El populismo no es nuevo, aunque de vez en cuando resurja con más fuerza que antes, y tampoco es nuevo que sea ideológicamente transversal, pudiéndolo encontrar tanto en la derecha como en la izquierda cuanto más a los extremos con mayor virulencia. En las últimas décadas, el populismo ha alcanzado una nueva edad dorada, llegando incluso al gobierno de algunos países de Europa de la misma manera que lo hizo el siglo pasado en algunos países de Latinoamérica - en unos pocos todavía goza de un enorme predicamento -, y lo hace para quedarse. Del populismo de izquierdas ya han hablado mucho, largo y tendido en muchos foros y mentideros políticos pero del populismo de derechas estamos hablando desde hace relativamente poco y esto es sorprendente porque este populismo es más antiguo. En España, teniendo claro que el populismo lo practican todos los partidos políticos, sin excepción, podríamos definir como paradigmáticos a Podemos por la izquierda y a Vox por la derecha. En ambos casos, tanto en Podemos como en Vox, la apelación a la patria ha sido una constante en sus mítines, sus congresos y en definitiva en su discurso político. No se trata ni de una moda pasajera, ni de una casualidad, ni tampoco es que se hayan vuelto locos sino que se trata de una estrategia política de largo recorrido que se caracteriza por recurrir a la política de los sentimientos, a la política identitaria. Nada moviliza y vincula más que los sentimientos, y además es imposible combatirlos con argumentos razonados por lo que para enfrentarse a esta política es obligado jugar a su juego, en su campo y con sus reglas. De ahí que la ventaja comparativa de esta estrategia respecto a, por ejemplo, la que intentó el tristemente fallecido Julio Anguita en su etapa como dirigente de IU, la de "programa, programa y programa", la hace mucho más eficaz y eficiente. Y en este caso es obligado hacer referencia a Vox y su campaña para vincular la patria a la clase obrera porque a mucha gente le ha pillado por sorpresa y, créanme, saben de lo que hablan.

Soy poco sospechoso de simpatizar con Vox, fundamentalmente porque soy socialdemócrata de toda la vida, y tampoco se me verá agitando banderas o reivindicando patrias porque no me siento vinculado a estas cosas. Por otra parte, además de ser de izquierdas soy de clase obrera tanto por procedencia como por ejercicio, así que también sé un poco de lo que estamos hablando. Tienen que ser conscientes, como lo son en Vox, de que la clase obrera encuentra en la patria, la nación o el país - llámenlo como quieran - ese espacio de solidaridad que le permite subsistir frente a la adversidad, es el digamos escudo que permite a los obreros enfrentarse al mercado. El sentimiento de pertenencia a una patria, a una nación o a un país, con toda la parafernalia simbólica que acarrea, genera vínculos de solidaridad y sinergias que permiten tejer redes sociales que protegen en la caída. Sin ese espacio de solidaridad, la clase obrera estaría a merced de los mercados y sin posibilidad de vislumbrar siquiera el asomo de una vida decente en lontananza. Por eso Vox apela a la patria como patrimonio - el juego de palabras no es casual - de la clase obrera, bueno, en realidad ellos hablan de "el obrero" en singular para evitar cualquier tipo de confusión ideológica; o sea, nada que ver con Marx ni con el comunismo. Como los españoles somos así nos hemos dedicado a hacer chistes y memes con la declaración del partido de extrema derecha, como si se tratara de un error cometido por Vox o se les hubiera muerto la neurona que les quedaba, pero con esto hay que hacer poca broma y mucha prevención. Hay que reconocer que me han sorprendido en esta ocasión por lo inteligente de la propuesta, por el debate que genera y porque han sabido apelar a la clase obrera como en otras épocas lo hicieron sus homólogos en otros países de Europa. Una de las cosas que se ha estudiado de la extrema derecha y del fascismo ha sido su capacidad para permear a la clase obrera y atraer a votantes de partidos de extrema izquierda o incluso de la izquierda moderada o democrática. Por ejemplo, lo ocurrido en Francia con el "lepenismo" y sus derivados ha demostrado que el populismo de extrema derecha es capaz de atraer el voto de amplios sectores de la clase obrera que tradicionalmente habían apoyado a partidos de izquierdas. Esto no era nuevo pero sí supuso un golpe de realidad porque volvía a poner en la palestra - sigue estando - el viejo fantasma del fascismo ahora disfrazado de populismo. En Italia esto lo saben muy bien y tienen una amplia panoplia de opciones en esta línea de pensamiento, no en vano es el país que parió al fascismo, eso está ahí, les guste más o les disguste mucho. En España, como llegamos tarde siempre a todo, hemos descubierto ahora que la extrema derecha no es una banda de descerebrados con la cabeza rapada y tatuajes de esvásticas en el pecho sino un think-tank político de calado intelectual. Esto no es bueno sino todo lo contrario porque ahí, detrás de esta apelación a la patria y a la clase obrera, hay una estrategia política e ideológica que ya se ha demostrado altamente productiva en el pasado y que lo va a ser también en el presente.

Sería conveniente que la izquierda contrapusiese a este mensaje otro con la misma fuerza sentimental pero en sentido contrario. En mi opinión, la izquierda debe justamente hacer todo lo contrario a lo que plantea la extrema derecha pero jugando a su juego, en su campo y con sus reglas porque  no hay otra manera, los sentimientos se combaten con otros sentimientos. La izquierda, si quiere oponer resistencia, ha de articular un discurso de pertenencia a una unidad transversal, ha de reivindicar la clase obrera y con ella sus aspiraciones, sus valores y sus estilos de vida. La izquierda, si quiere sobrevivir, ha de abandonar la deriva identitaria y las veleidades pijofláuticas para centrarse en las políticas que incidan sobre las condiciones materiales de existencia, la socialización de los medios de producción, el internacionalismo obrero, la solidaridad y por qué no el país, o mejor dicho los países. De lo contrario creo que vienen  malos tiempos para la lírica. A ver qué pasa.

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