CON TODO EL MORRO (1)

Estoy leyendo el libro autobiográfico de Íñigo Errejón, "Con Todo" - el título lo ha dejado ahí y es una lástima porque se queda inconcluso, incompleto -, qué quieren, me gustan estas mierdas. Eso sí, no puedo garantizar que lo acabe porque se me está atragantado tanta idiotez, tanto pijoflauta, tanta basura laclausiana. Y, al margen del debate ideológico donde seguro que se pueden hacer muchas objeciones, una cosa que me han recordado los primeros capítulos es que todos estos de las manifestaciones, las asambleas y los movimientos estudiantiles nunca han tenido que preocuparse por pagar la matrícula y los libros. Todos los hijos de familias trabajadoras de clase obrera que hemos tenido la suerte de poder estudiar en la universidad conocemos muy bien a todos estos pintamonas desahogaos del pañuelo palestino, las crestas o las rastas, los pantalones "cagaos" y los porricos. Quienes hemos cursado una carrera con los imponderables que vienen de serie por el escalafón social del que provienes y al que inevitablemente estás anclado de por vida sabemos que no hay tiempo para idioteces, hay que cumplir porque el esfuerzo que hace tu familia para que estudies es titánico, heroico y supone muchos sacrificios. Todo esto le suena a chino mandarín a quien nunca ha tenido que doblar el lomo para ayudar a mantener a la familia, para poner un plato de lentejas en la mesa a diario. Esas urgencias les son ajenas, están en el escalón de arriba en Maslow, y por eso tienen tiempo para organizaciones, sindicatos, movimientos, manifestaciones y performances performativas. Esto lo digo con envidia, y de la mala, mientras aprieto los dientes y los puños de rabia.

Resulta sorprendente la gran desconexión de la izquierda performativa respecto a la clase obrera, a sus intereses, a sus ritmos vitales, a sus expectativas, a en definitiva su leitmotiv. Ellos, ellas y elles dicen que son la vanguardia de la clase obrera pero sin ella y muy lejos de ella. Tanto que la mayor parte de sus energías y recursos los destinan a alimentar sus delirios megalomaniacos; de lo de la socialización de los medios de producción ya si eso vamos viendo a ver. Mientras tanto, en el partido del amor y los abracitos fraternales vuelan las navajas traperas, al old style de aquellos tiempos pasados que siempre fueron mejores. Ya lo decía el sabio populacho: "contra Franco vivíamos mejor". A esto se dedica el inventor del núcleo irradiador en su libro, a ajustar cuentas con sus kamaradas de ayer, de hoy y de siempre, que no deja títere con cabeza. Sobre todo se ensaña con ÉL, nuestro amado líder galapagueño, seguramente por despecho pero con mucho rencor, que asoma su fea carota entre líneas almibaradas con cicuta. Errejón siega la hierba bajo los pies de su enemigo íntimo en un despreciable intento de hacer leña del árbol caído y eso que en el fondo todos sabemos que ÉL lo estaba pidiendo a gritos pero reducirse al lamentable nivel intelectual y dialéctico de Echenique para quedar por encima te pone a su altura. Pero aunque la mayor parte de su invectiva se oriente contra los aliados laterales que no ha podido seducir, el taimado enfant terrible de la política hispánica encuentra tiempo para colar entre estocada y mandoble alguna pincelada de su pensamiento político. Eso es lo que más me ha horrorizado, ha sido mi particular "caída del caballo", lo que pasa es que de la hostia que me he metido en vez de la luz he visto las estrellas. Vale, bien, es cierto que esto ya me ha pasado antes y varias veces porque soy idiota, más tonto que hecho por encargo, gilipollas perdido. En fin, que las fuentes de las que bebe el discurso de Errejón eran de sobras conocidas, a saber: Laclau, Gramsci y Perón, no es nada nuevo, pero la síntesis es espeluznante. Claro que sí uno no ha leído nada de política porque le ha hecho caso a don Francisco y no se ha metido en esos asuntos todo esto le sonará a nuevo pero es más viejo que el cagar.  Un movimiento que no es partido, que trasciende de la derecha y de la izquierda, apelando a la patria, los símbolos nacionales y el pueblo en permanente movilización, es un déjà vu de algo harto conocido y muy peligroso cuando se ha perdido la memoria.

Dice la frase lapidaria de incierta autoría que: "los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla". No hemos olvidado nuestra historia, es peor, la hemos retorcido para que lo evidente sea reinterpretado a beneficio de inventario y lo que no encaja se aprieta hasta que quepa. Pues en esto estoy, hermosos, tened en cuenta que me faltan unos regones, que "sé que siempre he sido así, que no tengo remedio ni lo quiero tener" (Enrique Bunbury, 1990), pero vigilad a ver si le veis el morro al oso antes de que os dé un mordisco y un abrazo, y os salvais. Suerte, queridos.

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