LA NORMALIZACIÓN DEL FASCISMO

Siempre he defendido que el fascismo no es una ideología política sino un palimpsesto ideológico, que coge cosas de aquí y de allá, las sobrescribe, las amalgama y las sincretiza para dar lugar a lo que denominamos "la síntesis fascista"; y, al mismo tiempo, sin solución de continuidad, es una religión política que se consagra en el altar de la patria. A diferencia de lo que ocurre con las ideologías políticas, el fascismo no tiene un corpus ideológico, ni siquiera hay un mínimo de coherencia entre las distintas versiones del fascismo y es muy difícil establecer un mínimo común denominador más allá de generalidades vagas. Lo que sí tiene el fascismo, como todas las religiones, es la capacidad de seducir a capas muy amplias de la población mediante la promesa de un mundo mejor al alcance de las manos y siguiendo una única exigencia, la sumisión absoluta. Como todos los credos, el fascismo se construye sobre axiomas indiscutibles y verdades absolutas que, por definición, no admiten falsación científica ni se sujetan a ningún tipo de debate. Sin embargo, a diferencia del resto de religiones, el fascismo no pretende salvar al individuo, ni siquiera a su alma, sino que lo que quiere es salvar a la patria de las otras patrias, que quieren destruirla para imponerse. El fascismo, al menos en sus orígenes, pretende sustituir como motor del desarrollo histórico a la teoría marxista del materialismo histórico, del que se deriva el concepto de lucha de clases, por la lucha entre naciones. La lucha por la hegemonía, que diría Errejón, en este contexto se basa en la idea de que la patria propia debe vencer o morir en el tablero internacional geopolítico. Por eso, el fascismo, a semejanza de lo que propone el comunismo, postula la sublimación del individuo en el grupo, en este caso la patria, despojando a las personas de cualquier valor per se ya que sólo tiene sentido en cuanto que parte de la nación. Parafraseando a los guionistas de "Amanece que no es poco", los individuos son contingentes y la patria es necesaria, por eso el individuo ha de estar al servicio de la patria, entregarse a ella y abandonar su individualidad para que la nación no sólo perviva sino que se imponga.

Una de las cosas que más me llama la atención del fascismo es su capacidad para permear a la izquierda o al menos a una parte de ella. Creo que, en general, el fascismo se nutre más de los errores ajenos que de los aciertos propios ya que en realidad su propuesta es humo deconstruido al baño María. En este sentido, y si tengo razón, que el fascismo seduzca a una parte de la militancia de la izquierda  - y aquí no hay apellidos, me refiero a toda la izquierda - y a su electorado se fundamenta más en la dejación de funciones de la izquierda que en la capacidad de seducción del fascismo. Por una parte, la desorientación ideológica que aqueja a la izquierda y le hace hundirse en políticas identitarias; por otra el alejamiento, que empieza a medirse en años luz, de las vidas, anhelos, esperanzas, intereses y aspiraciones de la clase obrera, centrándose en la articulación de un imaginario cultural trufado de valores burgueses; y por otra, el empecinamiento en usar un lenguaje y articular un discurso ininteligible e inaprehensible por su electorado, conduce a la izquierda al abismo de la inanidad más absoluta. En ese lodazal es en el que hoza feliz el fascismo porque es su medio natural, su ecosistema vital y dónde se mueve como pez en el agua, y así es como pesca merluzos. Lo que faltaba para rematar, la guinda en el pastel, es que los medios de comunicación se embarcaran en la insensata tarea de blanquear y normalizar el fascismo a través de naturalizar a los fascistas. Entrevistar a un o a una fascista no es sólo dar voz al fascismo, que también, sino que contribuye a normalizarlo y a que la ciudadanía vaya asumiendo que la síntesis fascista es una opción política normal. Añadir fascistas a las tertulias y a los programas de televisión, sea cual sea la temática, supone ahondar en esos errores que conducen a la asimilación del fascismo. Y lanzar o convocar patochadas e imbecilidades performativas laclausianas como la mierda esa de la alerta antifascista a lo que contribuye es a lo contrario que se pretende. Y todo este ambiente propiciatorio, junto a las tendencias autodestructivas de la izquierda, conduce inexorablemente a la tragedia, como si no hubiéramos aprendido nada, como si hubiéramos borrado un siglo entero de experiencias. Una señal del desastre que se cierne sobre nosotros la está anunciando Francia, que puede encontrarse en no mucho tiempo con la ultraderecha en El Elíseo y ya veremos en calidad de qué porque la cosa está peluda.

Soy consciente de que predico en el desierto porque ni siquiera el concepto de fascismo lo tenéis más o menos claro. Estáis llamando fascismo a lo que no lo es ni lo pretende pero no veis al monstruo ni cuando abre las fauces para engulliros y en vuestra cara. Nos pasará lo mismo que va a ocurrir en Francia, sé que no se puede evitar. Luego vendrán los lloros, las reflexiones y el buscar culpables, pues no hace falta que salgáis a buscarlos, los tenéis en casa, sois vosotros, vosotras y vosotres.  De esta izquierda desnortada, desnaturalizada, que ha renunciado a su ontología y ha abandonado a la clase obrera, que ahora busca en otros brazos el apoyo que no encuentra donde debería, es en realidad toda la culpa de lo que pasa. No digáis que nadie os lo advirtió. 

Comentarios

Entradas populares