LA POLÍTICA COMO DISTOPÍA

El problema que yo tengo, bueno uno de ellos, es que no le guardo ningún respeto a las siglas ni a las organizaciones, para mí son herramientas y les tengo el mismo cariño que a un destornillador, o sea ninguno. Por eso, cuando una herramienta se estropea la abandono, la tiro directamente y si procede me hago con otra porque lo que me importa es para lo que sirve la herramienta no ella en sí. Con los partidos políticos, como no podía ser de otra manera, me pasa esto mismo, es decir, me sirven en tanto que realizan la función para los que los busco y los uso y después, si te he visto no me acuerdo. En el actual drama caribeño que viven las filas casi siempre prietas del PP me sobresaltan algunas declaraciones públicas de sus representantes en las que aseguran sin asomo alguno de rubor que las siglas están por encima de las personas y que el partido está antes que sus integrantes, sus dirigentes, sus militantes y hasta sus votantes. Entonces es cuando se puede entender que estas organizaciones, en concreto ahora el PP porque está en el candelero pero en general pasa en todos los partidos, pasen por encima de sus miembros como una apisonadora, sin piedad, ensañándose. La postura es exactamente la contraria a la mía, en este caso la herramienta es lo importante, las personas y el fin para el que se diseñó la herramienta son cosas secundarias, prescindibles. Pablo Casado, el hasta ahora único Presidente del PP elegido por primarias, es decir por el voto de su militancia, ha sido defenestrado, obligado a dimitir, por el aparato de su partido y por el delito de romper la “omertá” al denunciar las presuntas corruptelas y el presunto nepotismo de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, como si el pecado fuese el denunciar y no el hecho que motiva la denuncia. Los presuntos delitos que pudiera haber cometido Isabel Díaz Ayuso se dilucidarán y resolverán en los tribunales, como es lógico y deseable en una democracia liberal, pero las responsabilidades políticas las ha asumido quien buscó combatir la corrupción. Créanme que a estas alturas me he quedado anonadado, seguramente porque soy un poco “feliciano”, me gusta este adjetivo que no existe en el diccionario pero debería estar. La crueldad, la falta de escrúpulos y las demostraciones públicas de mezquindad de quienes hasta anteayer manifestaban lealtad absoluta a Pablo Casado, con la honrosa excepción de Pablo Montesinos, y ahora se dedican a hacer leña del árbol caído por motivos alimenticios mayormente.

No es la primera vez, ni será la última, que un partido político defenestra a su líder con saña medieval, como puede atestiguar, por citar algún ejemplo reciente, el actual Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. A Pedro Sánchez le cortaron el cuello, políticamente hablando, sus propios compañeros de fatigas, alguno de ellos salió corriendo por las amarras cuando vio hundirse el barco alegando, y esto es un ejercicio de sinceridad que se debe aplaudir, que tenía que darle de comer a sus hijos y no podía permitirse el lujo de aventuras éticas. Es cierto que la pirámide de Maslow es un imponderable y que está por encima de la dignidad el poner un plato de comida a la mesa pero para este viaje no hacían falta tantas alforjas ni darse golpes en el pecho para demostrar un servilismo bovino tan exacerbado como innecesario. Los motivos, afortunadamente no son los mismos que los que han causado la hecatombe en el PP pero los métodos empleados sí lo son. La cuestión, por lo tanto, no es el hecho en sí sino las causas, los motivos, las razones en las que se basa porque dibuja un escenario que sinceramente me parece aterrador. Ya no es tanto el hecho incuestionable de que Pablo Casado ha sido un líder del PP que no ha dado la talla nunca, que ha sido una adelfa sinsorgo, un pelele despersonalizado y anómico, que también, sino que lo han largado por osar poner coto a la corrupción interna. Debo hacer aquí un excurso para recordar a Mariano Rajoy y lo mucho que me identifiqué con él cuando perdió la moción de censura que le costó el puesto de Presidente del Gobierno y del PP mientras se ponía del revés en un bar cercano al Congreso; eso sí son maneras y no las de Casado, que ha padecido martirio en la sede de su partido mientras comía sándwiches prefabricados, ni para eso ha servido.  El mensaje que se lanza a las nuevas generaciones, no a las organizaciones juveniles de los partidos políticos, que son escuelas de adiestramiento para precisamente acometer con éxito estos lances y hozar en la miseria moral con solvencia, sino a las personas del común que pudieran tener alguna veleidad de participar en política, es devastador. Lo dejó dicho el dictador, el general Francisco Franco, cuando aconsejó a su ministro volador que hiciera como él y no se metiera en política. No le hizo caso y el resultado es de sobra conocido por todos. En consecuencia hagan ustedes números a ver quién va a ser el guapo que se enfangue en este lodazal, sabiendo lo que le ha pasado no al bedel de la sede sino al Presidente del partido, que en teoría tiene las riendas de la organización. Si se han fulminado de estas malas maneras al máximo dirigente, imagínense lo que pueden hacer con digamos un concejal o un diputado o un senador, que no son nadie ni ninguno. En consecuencia, quienes medrarán en política van a ser los mejores de cada casa, la morralla, el desecho de tienta, lo peor de nuestra sociedad y luego vendrán los lloros y la letanía lastimera de que no nos merecemos a nuestros gobernantes. Es cierto, no nos merecemos nuestros gobernantes, merecemos algo peor.

La política, como el arbitraje deportivo y el sindicalismo, es una profesión copada por tiralevitas, abrazafarolas y culitiernos (José María García dixit) sin escrúpulos, sin ideas, sin principios, sin dignidad ni más horizonte que el ser Paco El Bajo; si no han visto “Los Santos Inocentes”, la película – no me atrevo a recomendarles la novela de Delibes –, deberían hacerlo. Con esos mimbres no se pueden hacer buenos cestos y tengan en cuenta que será en los cestos que se hagan con ellos donde pondremos nuestros huevos. El futuro que se dibuja en lontananza no puede ser más sombrío y es el que le espera a nuestros hijos, ese será nuestro legado, un país gobernado por gentuza que en otro tiempo se pudriría en mazmorras. Piensen en qué sociedad tendremos si los gobernantes son una panda de golfos, qué frenos habrá al desmán colectivo si ponemos a la zorra al cuidado del gallinero. Este problema no lo tendríamos si el sistema educativo hubiera formado ciudadanía crítica y no alerdaos pero claro resulta que el sistema educativo se rige por las leyes que elaboran los golfos. En fin, a ver si viene pronto el meteorito, que ya va tarde.

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