NOSTALGIA DE LO RURAL
La nostalgia de lo rural es en realidad la nostalgia de la infancia. Esto no se lo oirán decir a quienes consideran la vida en los pueblos de España como poco menos que el Paraíso en la Tierra porque no les encaja en el discurso. La infancia es para casi todo el mundo un momento feliz en la vida, independientemente de las privaciones económicas que impone, al menos en mi caso porque soy hijo de mi época - como ustedes lo son de la suya - y esclavo suyo, pertenecer a la clase obrera en una sociedad postindustrial europea. Pero no se engañen ni dejen que les engañen, la vida en un pueblo no es la maravilla que les están vendiendo, envuelta en celofán de colores, donde vuelan los unicornios rosa que se alimentan de algodón de azúcar y la comunidad abraza amorosamente a sus miembros para darles cuanto necesitan. La vida en el pueblo se rige por los mismos parámetros culturales y económicos que en las ciudades. Ni quienes viven en un pueblo son, como dice Ana Iris Simón, todos como Azarías persiguiendo a su milana bonita bajo la mirada displicente del señorito Iván, ni quienes viven en las ciudades son yuppis de traje y corbata con maletín, paraguas y sombrero bombín. La mierda se reparte equitativamente por todo el territorio donde habita el ser humano. En los pueblos y en las ciudades rige el mismo principio en base al cual con el sudor de la frente de los trabajadores se engorda la cartera del poderoso y por el que el reparto de la riqueza es inequitativo e ineficiente. Da lo mismo si el trabajador se "esloma" escardando cebollinos que atornillando tuercas o si el poderoso es el cacique local, que "tie tierras y estudios", o el consejero delegado de una multinacional, que tiene acciones y asiento en el Consejo, todos estamos cortados por el mismo patrón. La exacción de la plusvalía, que diría Marx, nos conduce a la alienación tanto si la abonamos en corveas como si lo hacemos en criptomierdas de esas modernas. Lo que sí diferencia las zonas rurales de las urbanas, al menos en occidente, es que el acceso a los bienes y servicios producidos por la sociedad es diferente, siendo más difícil y más caro en los pueblos que en las ciudades; y también es un elemento diferenciador el interés político, que como sabemos es cuantitativo y no cualitativo, primando el número bruto de votos sobre otras consideraciones, por eso en las ciudades se cierran todas las campañas electorales y no en los pueblos. Porque España, como el resto de países de nuestro entorno, premia lo urbano sobre lo rural en todos los aspectos, configurando un contexto en el que a mucha gente no le sale rentable vivir en el paraíso bucólico que dibujan los nostálgicos de la Edad Media y prefieren vivir en una chabola hecha con uralita en el extrarradio de una ciudad en medio de la mierda y la miseria. No es que sean imbéciles, es que el paraíso no existe.
Un servidor de ustedes ha vivido algunos años en un pueblo pequeño, aún tengo allí familia, pero en cuanto pude me fui a vivir en una ciudad. Conozco ambos mundos y solo puedo decir que "en todas partes cuecen habas" y que cada persona ha de encontrar su lugar en el mundo. No siento nostalgia por la vida en el pueblo, siento nostalgia de mi infancia y mi juventud, que sin duda fueron la época más feliz de mi vida, con todas las privaciones que viví y que de ninguna manera echo de menos. La idealización de la vida rural obedece en el mejor de los casos a la nostalgia de la niñez y en el peor a la de un orden social que naturaliza las desigualdades sociales y yugula cualquier veleidad de movilidad social. A veces, detrás de la nostalgia está el fascismo. A veces.

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