EL ELEFANTE EN LA HABITACIÓN
No dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque ni nos quedemos embobados mirando el dedo que señala a la Luna, el Emperador está desnudo - el rey, no el pescado - y el elefante ocupa toda la habitación aunque finjamos que no existe. La delegación de competencias en materia de control de la inmigración por parte del Estado a Catalunya, probablemente también al resto de Comunidades Autónomas, que ha destapado la Caja de Pandora entre las derechas de rancio nacionalismo español recalcitrante y montaraz, es el árbol, el dedo, la desnudez del gobernante. Detrás de toda la retórica incendiaria de unos y otros hay un mamut descomunal, destrozando la habitación con sus enormes colmillos, mientras estamos pendientes de si el borde dorado de la vajilla es pan de oro o pintura acrílica. Ya sé que lo que voy a decir es una frase manida, una amenaza de Pedro y el lobo, el elefante en la habitación es el fascismo, que campa a sus anchas, esperando reeditar viejas glorias. Es cierto que esta afirmación suena alarmista, que puede parecer una exageración desproporcionada, pero es una amenaza real y no ganamos nada ocultando la cabeza en la arena. Como decía un amigo mío: "esconder la cabeza en la arena te protege el cerebro pero dejas expuesto el culo".
Las democracias liberales no solo están en peligro, están en proceso de descomposición y aunque buscar culpables no soluciona el problema es más que evidente que las causas de que el fascismo esté medrando de nuevo hay que buscarlas en el corazón del sistema. La desafección política, como el sueño de la razón, produce monstruos, en este caso el fascismo. El viejo sistema de partidos hace aguas porque nuestros egregios representantes son una panda de merluzos, apandadores, tiralevitas e impresentables de marca mayor. Y esto, a su vez, es consecuencia de una degradación de la política que hemos aplaudido en la barra del bar, como monos amaestrados, mientras nos pimplábamos un pelotazo y mordíamos un palillo. Si la política es una actividad denostada, propia de gentuza, pues al final es como la profecía autocumplida, que se nos llena el Parlamento de imbéciles y de esos polvos estos lodos. Una de las imágenes más terribles, que debería haber hecho saltar todos los resortes, la dio hace poco una encuesta sobre distribución de voto por tramos de edad en el que se veía claramente como los tramos más jóvenes votaban en masa a partidos neofascistas. La explicación ahora es la misma que la de mediados de la pasada centuria, el fascismo es revolucionario y antisistema por lo que experimenta su mayor crecimiento cuando es el sistema el que no está dando respuesta a las necesidades de la población porque la política en vez de solucionar problemas es el problema en sí mismo. De este mal funcionamiento de la democracia liberal se deriva el atractivo de opciones populistas, de uno y otro extremo, que ofrecen soluciones sencillas a problemas complejos. Ese tipo de cosas siempre ha atraído a la muchachada, ávida de experiencias fuertes, de soltar adrenalina y vivir aventuras, pero al final la declaración nos sale a a pagar. Y ya saben ustedes, y si no lo saben búsquenlo, qué precio tuvimos que pagar cuando le dimos cancha al monstruo fascista. Dicen que los pueblos que olvidan su Historia están condenados a repetirla pero en este caso creo que una cosa no es incompatible con la otra, podemos olvidarlo todo y abstenernos de volver a tener que borrarlo de nuestra mente una y otra vez, que no cuesta tanto, coño.
Ahora están ustedes, ji, ji, ja, ja, con que si mira qué imbécil es Trump, que ves a ver qué gilipollas es Orbán, que si Milei es un zumbado, que si Meloni tiene algún trastorno, que si Obescal es un bufón del tonto naranja, etcétera. Pues, dejen de reírse que no hace ninguna gracia, porque estos personajes son los que, si nadie lo remedia, van a gestionar las cosas de comer y, creánme, nos van a matar de hambre, por su culpa. A ver quién es el tonto, melón y moniato en esta ecuación, listillos. Todavía estamos a tiempo de evitarlo, no hay nada inevitable en la vida salvo una cosa, pero para esquivar el "set-ball" hay que coger la raqueta por el mango y el toro por los cuernos. Espabilen, coño, que se nos están comiendo por el garrón.
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